Las botas de clavos
En un libro de memorias políticas recientemente publicado (Euskadi: la transición inacabada, Planeta, 2002), Carlos Garaikoetxea -fundador y ex presidente del partido que hoy gobierna en Vitoria en coalición con el PNV- recuerda con humor no exento de amargura la frase que solía utilizar a mediados de los ochenta para morigerar los entusiasmos de algunos periodistas admiradores de Arzalluz: '¡Esperad a que se ponga sus botas de clavos!'. Aunque la celebración el pasado domingo del Aberri Eguna en el local cerrado de la Feria de Muestras de Bilbao le impidiese esta vez disfrazarse de intrépido mendigoizale como suele hacer en las campas alavesas de Salburúa, la oratoria patriótico-sagrada del presidente del PNV -deudora retóricamente del Sermón de las Siete Palabras- estuvo a la altura de la agreste sencillez propia de su ingenio para sustituir los argumentos por diatribas.
Los zapatazos más enérgicos de las botas de clavos calzadas simbólicamente por Arzalluz tuvieron como principal destinatario el trasero del presidente Aznar (una 'especie de Sharon de bolsillo' que pretende utilizar 'el Estado de derecho con los mismos fines de Franco de otra manera') y de su Gobierno ('donde están los hijos de los ministros de Franco'). La experiencia enseña, empero, que los exabruptos y los desaires del presidente del PNV no deben ser tomados siempre al pie de la letra; como el millonario que abrazaba o despreciaba a Chaplin en Luces de la ciudad según cuál fuera su estado de ánimo, el caprichoso y mercurial carácter de Arzalluz (Garaikoetxea le recuerda como 'un compañero imaginativo, ocurrente y divertido') es capaz de transformar de la noche a la mañana los insultos más feroces en los piropos más almibarados. Adolfo Suárez y Felipe González, por ejemplo, se han beneficiado de la capacidad político-sacramental de Arzalluz para ser absueltos de los pecados por los que habían sido anteriormente excomulgados. Aznar, sin embargo, parece seguir el camino contrario: del paraíso al infierno pasando por el purgatorio. Garaikotexea ofrece una divertida antología de los sonrojantes elogios dirigidos al presidente del Gobierno entre la primavera de 1996 y el verano de 1998 por Arzalluz, convencido de que nadie puede resistirse a sus hechizos como adulador: 'es un hombre de fiar'; 'nunca he identificado con esa parte perversa que hay en el PP'; 'en el orden personal congeniamos'; 'ha fortalecido el autogobierno de Eusakadi como nadie lo ha hecho en veinte años'; 'para mí tiene credibilidad porque es un individuo serio'; 'hay química entre nosotros'; 'tiene voluntad de desarrollar el Estatuto de forma plena'; 'tiene la cabeza sobre los hombros'.
Tras el pacto secreto con ETA del PNV y EA durante el verano de 1998 (Garaikotexea confirma la existencia de ese acuerdo y aporta nuevos detalles en su libro) y de la negativa del presidente del Gobierno a aceptar el chantaje de Estella, los empalagosos requiebros de Arzalluz llegaron abruptamente a su fin; a partir de ese momento Aznar es 'un facha español' y 'un hombre mezquino' que 'no está en sus enteros cabales' y merece 'el desprecio'. El Gobierno del PP no es sino 'franquismo con votos'. Siempre que no se trate de sus correligionarios o de sus antepasados, Arzalluz husmea el pasado franquista -personal o familiar- de todo lo que se mueve con el celo inquisitorial de los cristianos viejos para escudriñar el árbol genealógico de los conversos y mandarlos a la hoguera. Ni siquiera se salvarán los encarcelados por la dictadura si tienen parientes contaminados: las raíces biologicistas de su doctrina política implican que -salvo en el caso de sus cofrades o el suyo propio- los genes transmiten las ideas.
En el Aberri Eguna del pasado domingo, Arzalluz sentenció que 'si hay un partido democrático dentro del Estado español es el PNV'. Pero el testimonio de Garaikoetxea sobre la disolución en 1984 de la organización navarra del PNV (sacrificada en beneficio del pacto de Arzalluz con Fraga para las alcaldías de Bilbao y Vitoria), las maniobras orientadas a defenestrarle como lehendakari en 1985, los métodos utilizados (incluido el pinchazo de su teléfono) para combatir la disidencia y la guerra sucia emprendida en 1986 contra la naciente Eusko Alkartasuna (EA) prueba que en todas partes cuecen habas.
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