Madrilencia
Está naciendo Madrilencia y cuando más se nota es en Semana Santa y sus atascos. Madrilencia es una urbe en forma de abanico que tiene su vértice en Madrid y su despliegue en la Comunidad Valenciana, desde Vinaròs hasta Oriola. Está naciendo Madrilencia, no hay quien la detenga, y aunque sería más histórica y más propia la eclosión de Valencelona, lo cierto es que Valencelona, si bien crece y se refuerza, no posee ese vigor bárbaro que viene de la meseta y que construye Madrilencia, un invento que es más obra de Madrid que de Valencia. Madrilencia, por cierto, es Madrid, pero también es el resto de España, pues quien más quien menos, ya sea pacense o bilbaíno, coruñés o cordobés, mira a Madrid por un motivo o por el otro, que la capital es el vaso medidor del Estado, el rompeolas de todas las Españas que dijo don Antonio Machado. Y como toda la nación constitucional viene a dar en Madrid, Madrilencia también se nutre de esos ímpetus y logros que un día u otro acaban asomándose al balcón mediterráneo.
Madrilencia es, cada vez más, iberoamericana. Porque Madrid es el destino aéreo de los veintitantos países que hablan el idioma de don Quijote, trescientos millones de personas que hoy más que nunca, tienen en alto concepto a la otrora denostada y polvorienta madre patria; a su lujo europeísta y a la fecunda y acogedora nada identitaria de Madrid. Por todo eso, y por su pobreza de fondo, los latinos de América vienen y se afincan más que antes, y todo ese río de gentes y anhelos también acaba cayendo en Madrilencia, porque el mar y la puerta del Sol están a tres horas de automóvil.
Nace Madrilencia y pronto habrá ejecutivos que vivirán en Valencia y que saldrán cada mañana en el AVE rumbo a la oficina, en Madrid, y que volverán atardecidos, a disfrutar del ocio creador o procreador en sus chalets de las innumerables urbanizaciones que tapizarán el suelo valenciano. Nace Madrilencia, y más que nunca nos hará falta el agua del Ebro, como bien sabe Ciprià Ciscar, renacido de sus cenizas, que no votó en contra del Plan Hidrológico, que se salió del Parlamento a tiempo, como quien toma el último tren.
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