El Museo del XIX: una creación necesaria
Cuando accedí a la dirección del San Pío V, ya se hablaba del futuro Museo del Siglo XIX como un proyecto que pretendía recuperar el ex convento del Carmen, a la sazón muy arruinado, para convertirlo en un centro museístico de primer orden devolviéndole el protagonismo que antaño tuvo en el más castizo barrio de Valencia. Seis años han pasado desde entonces y reconforta comprobar que la formulación inicial de aquella propuesta ha ido mejorando día a día hasta consolidarse de manera más precisa, y que además se está materializando a ritmo seguro, pues ya cuenta con realidades tangibles como la recuperación del espléndido claustro gótico y la reconversión de una parte de la zona conventual en área de exposiciones temporales, con salas perfectamente dotadas, por no hablar de las posibilidades que el resto del recinto ha brindado ante eventos extraordinarios como la Bienal de las Artes. Todo ello ha redundado en la estima del lugar por parte de un público amplio que con su continuada presencia ha contrarrestado -y sin duda mejorado- el deprimido ambiente que se respiraba en aquel enclave urbano.
Muestras como De Corot a Monet: los orígenes de la pintura moderna en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza o Mariano Benlliure y Joaquín Sorolla, centenario de un homenaje, o El Museo Sorolla visita Valencia, por sólo citar unas cuantas, han atraído a cientos de miles de visitantes, cantidad inimaginable años atrás y desde luego infinitamente superior a la que acude a otras salas españolas de las mismas características, fenómeno que se explica por el acierto de un programa expositivo de alto nivel y amplia convocatoria. La programación del Carmen es, en efecto, la mejor prueba de la línea por la que se opta, permitiendo prefigurar de alguna manera el tipo de arte a los periodos históricos que básicamente abarcará el futuro Museo del XIX que quedará instalado en el resto del edificio, ahora en obras, y cuyas colecciones permanentes estarán dedicadas fundamentalmente a la producción artística valenciana que medió entre 1860 y 1930, estableciendo un arco -como tantas veces se ha anunciado- entre el discurso del San Pío V que finalizaría con la pintura romántica, y las colecciones del IVAM dedicadas a la modernidad.
Cuestionar esta propuesta museística sólo sería justificable desde el desconocimiento de la coyuntura histórica valenciana del periodo 1860-1930 y de la realidad artística que en ese tiempo se dio, la cual tiene entidad suficiente para ser presentada de manera autónoma, pues constituye uno de los capítulos cimeros de la plástica española de todos los tiempos. Es comprensible que tal desconocimiento haya generado alguna confusión entre quienes han interpretado ad pedem literae el término 'Museo del Siglo XIX' entendiéndose como el periodo 1800-1900 -quizá en previsión de equívocos el nuevo museo acabe siendo más conocido como 'Museo del Carmen'- o entre quienes en apreciación desbordada han sugerido compararlo con el Museé d'Orsay de París, lo que no deja de ser un dislate al que se puede llegar por un desmedido entusiasmo local o un evidente desenfoque de nuestra realidad.
Al confeccionar el plan museográfico de la IV fase de ampliación del Museo de Bellas Artes de Valencia, destinada a albergar su colección permanente, comprobé que el espacio disponible con arreglo a la totalidad de fondos no era tan sobrado como en principio cabría imaginar y que la segregación de una parte hacia el Carmen, con áreas expositivas dedicadas al arte del periodo 1860-1930, era una propuesta más que razonable, que de no haberse formulado entonces se habría convertido pronto en cuestión de necesidad. Todo esto viene al caso para tranquilizar a quienes se hayan podido dejar influir por algunas voces agoreras -siempre las hay en todo proyecto- empeñadas en afirmar que la creación del Museo del siglo XIX supondrá desvestir un santo para vestir otro. Desde mi posición de conocedor de la totalidad de fondos del San Pío V puedo adelantar que ello no va a suceder.
Lo digo porque el San Pío V no sólo acogerá completa la colección de pinturas y retablos de maestros góticos y renacentistas, recuperados gracias a exposiciones recientes (Macip, Los Hernandos, Joanes, La Clave Flamenca en los Primitivos Valencianos), sino que contará también con una amplia representación de artistas valencianos hasta la generación de 1800 que tendrán que compartir espacio con el centenar de obras de maestros españoles y extranjeros que conserva el museo y se hallan ahora en proceso de revisión. Investigaciones últimas también aconsejan el levantamiento de depósito de interesantes pinturas que en su día fueron cedidas a diversos organismos oficiales, pero que no deberán estar ausentes en el nuevo museo si se desea un discurso más completo y rico. La parte arqueológica también ocupará su espacio, pues contamos con muchas piezas notables, algunas de gran tamaño como el Mosaico de las Musas o el Patio del Embajador Vich que en correcta instalación museográfica permitirá reunir sus elementos, actualmente dispersos e infravalorados, según propuesta anunciada en su día que cuenta con la aprobación del Ministerio de Cultura y con el consenso de instituciones consultivas de alto rango o el apoyo de especialistas de prestigio internacional.
En términos racionales un museo no debería exponer un número excesivo de piezas. Quizá sea orientativo recordar que la colección Thyssen-Bornemisza exhibe alrededor de ochocientas repartidas entre Madrid y Barcelona, y una cantidad similar ha exhibido el Prado durante muchos años, aunque la naturaleza y formato de éstas lo convierten en museo extraordinario. Lo mismo cabe decir de la National Gallery of Art de Washington. Con todas las diferencias que nos separan de esos museos y de los recursos que disponen, el Museo de San Pío V podría exhibir sin rubor alrededor de quinientas obras de época antigua, abarcando la pintura de los siglos XIV al XIX. El resto, con los fondos de escultura y pintura del periodo 1860-1930 que habría que transferir al Museo del siglo XIX, lo compone un grupo de setecientas obras del que hay prevista una selección con los nombres más señeros. Pero un museo con previsión de futuro debe además huir de cualquier saturación que impida la aceptación de legados, depósitos y compras, pues la sola existencia de espacio disponible es buen reclamo para futuros ingresos. Sería deseable que las instituciones valencianas colaboraran depositando en el nuevo museo del Carmen algunos lienzos pertenecientes al siglo XIX. Su generosa actitud, a no dudarlo, sería valorada por todos los valencianos y quizá por el Estado, que a su vez podría promover el traslado a Valencia de algunas piezas capitales de nuestra pintura decimonónica, actualmente depositadas en lugares dispares, y huérfanos por lo general de las atenciones que una institución museística podría dedicar si colgaran de sus muros.
Fernando Benito y Doménech es director del Museo de Bellas Artes de Valencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.