Sintonías
Las vacaciones son una posibilidad de sintonizar. De armonizar. El tiempo del cuerpo con el del reloj, por ejemplo. Despertarse, dormir, comer al vaivén de las necesidades verdaderas, no de las fantasmales que impone el horario. De adaptar las capacidades de los sentidos al matiz de las propuestas del exterior. Actividades como escuchar el silencio o alcanzar con la vista el horizonte estarían incluidas en este último apartado. La posibilidad, en definitiva, de vivir como cantando, ajustando la letra del deseo a su música, a su ritmo natural.
Descansar puede significar todo eso. Y vuelvo a señalar sólo la posibilidad, porque muchas veces nos liamos y convertimos las vacaciones en un simple más de lo mismo. En una desorientada y desubicada reproducción de la vida diaria, en una especie de parque temático de la más propia cotidianeidad.
Como estoy haciendo yo misma ahora. Porque podría dedicar estos días de Semana Santa a concentrarme en las musarañas, a adentrarme en los cerros de Ubeda o el laberinto lunar; e incluso a intentar sumergirme en el fluir sabio, por inaprensible e inaprehendido, de la meditación; y sin embargo los estoy dedicando a pensar en el pan político nuestro de cada día. Y todo por una inquietud formal, por una manía de estructura. Es decir, por el influjo irresistible, imantado, que ejerce sobre mí la inspiración inicial de esta columna: la sintonía. Inspiración primera que, como muchas cuestiones que atañen al País Vasco, procede de la preocupación. Y la sintonía la pretendo entre palabras -entre la cáscara de algunas palabras y su fruto-, y entre personas- entre las cabezas políticas visibles y el cuerpo social.
Del reciente congreso socialista ha salido una Ejecutiva dispuesta a desempolvar el panorama político en Euskadi -y utilizo a conciencia ese infinitivo 'cauto'-, a subrayar su identidad ideológica y a flexibilizar el intercambio con el nacionalismo democrático. Esa decisión no es sólo legítima y un derecho del Partido Socialista, sino además y sobre todo, un deber. De ése y de todos los partidos institucionales, por definición obligados a resolver problemas, o al menos a intentarlo.
La reacción contra esa nueva 'visión' socialista que ha tenido el Partido Popular -sembrar las clásicas, clónicas, semillas de la discordia, la descalificación y la cizaña- me parece, por las mismas, no sólo ilegítima sino fundamentalmente irresponsable.
Y aquí viene la sintonía. Es imperativo devolverle al lenguaje su verdadero valor. Su capacidad de matizar, de representar el conjunto y el detalle. 'Basta ya' se ha convertido en un lema referencial y valioso. Pues 'basta ya' de usos mercenarios del lenguaje, de desvirtuar palabras tan esenciales como libertad de expresión, o lealtad democrática. Ser demócrata significa no sólo aceptar el conjunto- el bulto- sino defender el matiz. Y hay otra palabra que convendría sintonizar cuanto antes con su sentido: 'representantes'. Si nuestros cargos electos lo son, cada vez que hacen algo en el ejercicio -obligatorio, insisto- de sus funciones es como si lo hiciéramos nosotros. Cuando se insultan, como si, pongamos, un 20% de nuestra sociedad insultara a otro 20%. Cuando deciden ignorarse por mitades, como si la mitad de los funcionarios, o de los médicos de un hospital, o de los pasajeros de un autobús se ignoraran. Cuando deciden no trabajar, como si toda la ciudadanía se declarara en huelga.
Y sin embargo nosotros -piezas y matices de una sociedad compleja, pluricolor, multideologizada- hacemos lo contrario. Convivimos, nacionalistas y no nacionalistas; y trabajamos y hablamos y hasta salimos juntos, e incluso nos queremos. Los unos y los otros, a las duras- que hay muchas -y a las maduras- que también se descubren.
Representar es ante todo trasladar fiel y concentradamente la actitud de los representados. Que vivan pues nuestros políticos como vivimos; que actúen como actuamos, codeándonos con la 'otredad' y bregando con ella. Que sintonicen nuestra emisora cotidiana. Espero eso de la nueva ejecutiva socialista, que tenga ya la mano en el dial.
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