El grito de Leo Bassi
El artículo publicado por este periódico el domingo 24 de marzo, titulado Quejas vecinales contra el 'canto' del 'hombre pájaro', me ha animado a escribir este pequeño grito particular en defensa de una de las propuestas teatrales más auténticas y originales que he vivido últimamente como público.
Sin embargo, hoy mi testimonio es como vecina gratamente 'afectada' por el grito eufórico y vitalista del centenar de espectadores que asiste cada noche al espectáculo de Leo Bassi en el teatro de mi barrio. Vivo justo en la plaza a la que cada noche, tras la función, sale Leo Bassi y su público a proferir un grito colectivo y vivificador que, según su periódico, ha provocado las quejas de mi vecindad.
Lo he leído extrañada, pues no he oído una sola queja de ningún vecino acerca de esta performance espontánea, que no dura más de un par de minutos. Es más, estoy convencida de que la mayoría celebra que este magnífico espectáculo atraiga a nuestro barrio un público culto y sensible, amante del teatro, y no a la temida fauna noctámbula del botellón.
Si no nos hemos acostado todavía, mi compañero y yo, como muchos otros vecinos, salimos al balcón a saludar a Leo y su tropa; a veces incluso bajamos a la plaza para participar en su grito catártico y tribal. Si estamos acostados, los días laborales y vísperas de festivo, el grito de la multitud, como si fuera un reloj orgánico, nos anuncia las 12.30 horas. Los domingos y festivos el grito marca las 10.30 horas. Siempre que lo oímos, nos imaginamos no al 'hombre pájaro' que molesta al vecindario, sino al bufón transformado en ángel, como él mismo explica en su espectáculo, que ayuda a la multitud a liberarse de sus complejos y miedos atávicos. Un grito en común que pone punto final al extraordinario y emocionante hecho teatral que Leo, mago revolucionario imprescindible, pone en pie en las noches del Alfil.
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