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Columna
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Resurrección

Somos en verdad un país extraño donde los lingüistas han tenido que hacer política mientras el gobierno, hasta ahora consentidor o promotor de faltas de ortografía, se ocupa de elaborar listas de palabras dialectalmente correctas. En nuestros periódicos, los asuntos del idioma no se clasifican en las secciones donde sería más razonable (pongamos educación, o cultura), sino en política o hasta en sucesos. Dijo el filósofo que el origen de la lengua no es el discurso (ni el panfleto ni el insulto, habría añadido de haber tenido el gusto de conocernos), sino el diálogo. Pero nosotros la hemos, primero abandonado, y luego violentado y encanallado, hasta hacer de ella un medio de incomunicación. Secuestrada de su ámbito natural, el estudio, ha sido contemplada desde las más disparatadas disciplinas. La Dermatología, que explicaría las distintas sensibilidades; la Diplomacia, la búsqueda del armisticio; la Física, cómo se diluyen las declaraciones oficiales; la Ciencia Política, las fases negociadoras; la Mística, las renuncias; y la Historia Sagrada, el calvario que aún le queda por pasar hasta que podamos decir que a la tercera década de la democracia, resucitó. La lengua, ese zombi, ha permanecido como último disenso en la estrategia de la confrontación una vez que hubimos transigido, al modo muelle que nos caracteriza, con cuantas rebajas nos quisieron colar en el Estatuto. Babel de estrafalarias degradaciones, ha sido usada como ariete contra la inteligencia, sus representantes y sus instituciones... como cortina de humo que roba titulares y columnas. Por eso hoy tantos escribimos sobre las Normas y el empeño en desterrar de nuestras aulas a los autores catalanes de fuera, y no sobre otras menudencias como los gestores corruptos o los trabajos, sueldos o pensiones basura. Una vez más, el informe sobre el uso social del valenciano es desalentador. Porque la muerta-viva sigue sin constituir motivo de orgullo, y eso no sólo se soluciona con acuerdos. Parece que ya la hemos pactado. Ahora sólo nos falta estimarla, aprenderla, enseñarla, pulirla, darle esplendor... utilizarla. Aleluya, si acaban demostrándonos que esta Pascua hemos adelantado algo (además de los relojes) y que se acerca el momento de la Resurrección.

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