Hielo desgajado en el Perito Moreno
Eran las nueve de la mañana y el intenso frío de la Patagonia nos azotaba la cara tratando de despertarnos. El paisaje no cambiaba, sólo que ahora la nieve iba cubriendo con más frecuencia las devastadas e interminables llanuras argentinas. Atrás quedaban las 18 incómodas horas en autobús hasta Río Gallegos, después de visitar a las simpáticas ballenas y elefantes marinos en Puerto Madryn.
El viaje, que iba a durar en principio un fin de semana, se estaba convirtiendo en una aventura de tres gallegos por el sur de Argentina. Y llegamos a El Calafate, un pequeño y pintoresco pueblo enclavado entre montañas nevadas, con casas de madera, a orillas del lago Argentino. Parecía un paisaje sacado de esos cuentos que leíamos de niños que te hacían pensar si en realidad pueden existir lugares así. Pues sí, Nacho, Merche y yo acabábamos de conocer uno, aunque nuestro objetivo era el glaciar Perito Moreno.
Tras dos horas de viaje llegamos al parque nacional de los Glaciares y nos encontramos con la imponente mole del Perito Moreno. ¿Describirlo? Prácticamente imposible si no se ha estado allí admirando el intenso azul del hielo, su extensión, el ensordecedor ruido del hielo al romperse y ese silencio que después nos envolvía a todos.
Después de atravesar en barca el canal de los Témpanos, José, nuestro guía, nos condujo hasta el pie del glaciar para calzarnos los crampones e iniciar el trekking por el hielo. De vuelta a El Calafate tendríamos tiempo para contemplar el atardecer y preguntarnos si algo nos volvería a impresionar tanto como el Perito.
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