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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El don de la abundancia justa

Si el lector tiene a mano un libro que se titula Ficción súbita, una traducción castellana editada hace ya más de diez años por la editorial Anagrama, verá que sus compiladores norteamericanos se las vieron y se las desearon para poner etiqueta a una modalidad narrativa que ellos dataron su origen en los años sesenta. Al final llegaron a la conclusión de que cualquier cosa narrada que no pasara, como mucho, de las dos páginas, se le podía titular ficción súbita. La palabra les pareció la más apropiada para designar un fenómeno literario que se estaba produciendo en esos días, una especie de contragénero, experiencias minimalistas, una filosofía que proclamaba la concisión a ultranza. La palabra inglesa suden, como sucede también en castellano con súbito, tiene su raíz en el latín subire. Si leemos algunas piezas de este tipo de Tomeo, Monterroso o Merino veremos que su recepción no puede ser otra que la sensación de que algo del mundo nos llega como por sorpresa, veloz, súbitamente. En nuestro país, con unos años de retraso, la cuestión también hace su aparición en libros que recogen estas ficciones súbitas, como las que ahora aquí comentaremos, o con textos narrativos que formulan una filosofía similar aunque probablemente no con la voluntad de constituir una tribu literaria diferenciada. No es que esta forma literaria no existiera antes, que existía, como se verá más adelante, pero ahora se toma conciencia teórica del fenómeno. Ahora mismo, durante estos días, se ha publicado El cuento en la década de los noventa (Visor), un grueso volumen que recoge comunicaciones diversas sobre el cuento en España. Pues bien, hay un capítulo entero, con trabajos de distintos autores, dedicado a este fenómeno con el expresivo título Sobre el microrrelato. Dicho capítulo, rico en encuadres y aportaciones sugerentes, no hace más que indicar las muchas razones que existen para tomarse muy en serio este género. A mí me gustaría hacer referencia, del conjunto, el que firma el profesor y crítico Fernando Valls.

Además de sus interesantes observaciones, conviene aquí trasladar la cita del poeta José Ángel Valente que encabeza su comunicación: 'No se trata de que la obra sea breve o larga. No importa escribir poco o mucho. Importa tener la gracia o el don de la abundancia justa'. Pues de eso se trata. Llámese ficción súbita, historias mínimas, hiperbreves, microrrelatos (como considera Valls que se va imponiendo) o articuentos (como gusta a Juan José Millás llamar a sus piezas breves o columnas), lo cierto es que este género tiene su secreto en su poder de revelación, algo muy distinto a la mera sorpresa final. Su abundancia estriba precisamente en la naturaleza singular de la súbita verdad que revela. Su laconismo, dentro del cual caben el humor, la paradoja, el juego verbal, asegura el impacto estético, la visión inesperada. Si no fuera porque muchos autores de microrrelatos lo son también de novelas, podría pensarse en un toque de autosuficiencia, cierta soberbia de sus autores, como si el vértigo de estas piezas desnudaran con sus explosivos argumentos la innecesaria extensión de las novelas.

El contenido de Lavapiés, An-

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ogía de cuentos e historias mínimas, Galería de hiperbreves y Por favor, sea breve son literatura del género comentado. Alternan entre sus páginas autores de distintas tradiciones narrativas. Hay verdaderos especialistas. Por ejemplo, los textos reunidos en Galería de hiperbreves, cuya edición estuvo a cargo del Círculo Cultural Faroni, una auténtica organización de amigos literatos al servicio de las brevedades. Una de ellas es: 'Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel' (Eugenio Mandrini). En Por favor, sea breve, de cuya edición se encargó la escritora Clara Obligado, coinciden nombres consagrados -Borges, Max Aub, Enrique Anderson Imbert, Juan Ramón Jiménez, Guillermo Cabrera Infante, César Vallejo, Luis Mateo Díez, Cortázar, Denevi- con autores menos difundidos. La vocación de concentración extremada de este libro, como del anterior, la comparte también, aunque no con igual radicalidad, Lavapiés, un volumen donde sorprende ver en estas lides a José Luis Sampedro, que junto a Benjamín Prado y Paula Izquierdo, entre otros, se las arreglan perfectamente en este formato para homenajear al barrio madrileño que anuncia su título. La edición de Miguel Díez R. de Antología de cuentos e historias mínimas incluye, con muy buen criterio, microrrelatos de autores clásicos españoles e hispanoamericanos (algunos de los cuales coinciden con la selección de Clara Obligado) junto a clásicos extranjeros, desde Petronio a Tolstói. Estos cuatro libros no agotan la producción de la ficción súbita, pero sirven para dar a conocer una literatura que funciona como un impulso poético, un atajo irónico hacia la verdad.

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