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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sufrimiento y la exaltación

Un hombre trata de prosperar en Nueva York mientras su mujer y sus hijos siguen en California. En navidades acude a reunirse con ellos. En el aeropuerto, su mujer le dice que ha conocido a otro y se han enamorado. Al cabo de un rato, él le dice que lo comprende y sólo le pide que le lleve a un hotel, y ella replica: '¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan'. Esto que acabo de contar no es el comienzo de un relato de John Cheever (1912-1982), sino el resumen de uno de los apuntes de sus Diarios, auténtico semillero de historias. Pertenece Cheever a esa estirpe de narradores que recurren a los materiales más próximos a su propia vida para hacer literatura y, a veces, durante la lectura de sus Diarios, uno no puede sustraerse a la sensación de estar leyendo uno de sus volúmenes de cuentos. Del mismo modo, son abundantes los pasajes de sus libros de ficción que nos transportan a sus escritos autobiográficos. Entre unos y otros existe una intercomunicación tan fluida y estrecha que se diría que la obra de Cheever fue construyéndose como una suerte de ininterrumpido diálogo entre vida y literatura.

LA GEOMETRÍA DEL AMOR

John Cheever Selección, prólogo y notas de Rodrigo Fresán Traducción de Aníbal Leal Emecé. Barcelona, 2002 389 páginas. 20 euros

Vaya por delante la fascina-

ción que me produce la literatura de Cheever, especialmente del Cheever cuentista. Creo que en el siglo XX hubo pocos autores que alcanzaran su grado de excelencia y que, al mismo tiempo, reflejaran una visión del mundo tan personal y tan compleja. Por eso es incomprensible el hecho de que, por simples avatares de la industria editorial, sus magistrales relatos resultaran inaccesibles al lector español. Sin duda, para colmar ese vacío, habría sido preferible una reedición íntegra de sus Cuentos y relatos, pero más vale esto que nada, y en todo caso la labor del responsable de la antología se antoja impecable. Acierta Rodrigo Fresán en la selección de los cuentos (eso era fácil, pues todos o casi todos merecen ser antologados) y acierta en su documentadísima presentación (eso no era tan fácil), y lo que más se agradece son las notas introductorias que preceden a los relatos, que dejan hablar al propio Cheever (en su mayoría son citas extraídas de los Diarios y de su epistolario) para situar cada una de las narraciones en su debido contexto vital.

Esa intercomunicación entre vida y obra a la que me refería al principio se hace más perceptible tras la lectura de esas notas. Ahí queda claro que el Cheever de los Diarios y el de los cuentos es el mismo Cheever, y que su paisaje admite pocas variaciones: un paisaje hecho de estaciones de tren, barrios residenciales de la periferia, jardines con piscina, clubes sociales, teatros, restaurantes y edificios de oficinas en Manhattan, casas de verano en Nueva Inglaterra, aviones que vuelan hacia Italia... También los temas recurrentes son los mismos: las leyes secretas que rigen las relaciones familiares, la tensión entre integrarse o no en un grupo social, la pugna entre las pulsiones más oscuras del alma humana y la necesidad de luz, la desaparición del viejo mundo provinciano y su sustitución por unas formas de convivencia menos satisfactorias, el áspero (y a veces también amoroso) combate entre maridos y mujeres y entre padres e hijos, la nostalgia de no se sabe qué antigua armonía, la inevitabilidad de los impulsos autodestructivos, la paranoia norteamericana de los años de la guerra fría, el sentido de la culpa y del pecado, la lucha entre la carne y el espíritu...

Cheever se había propuesto escribir sobre las cosas más cercanas a su dolor y a su felicidad: acaso éste sea el motivo por el que sus relatos basculan siempre entre el sufrimiento y la exaltación, entre el ajuste de cuentas con la vida y su celebración más gozosa. Por debajo de todo ello se adivina la presencia de un hombre anhelante, necesitado de redimir y de redimirse, a veces comprensivo con la condición humana y a veces cruel e intolerante, consciente en todo caso de la fragilidad de las relaciones personales y de los tácitos acuerdos que cimentan nuestra convivencia: la presencia de un hombre contradictorio que busca en el mundo las contradicciones que no cesa de encontrar en sí mismo.

La vida como problema

LA SUERTE EDITORIAL de la obra de John Cheever en España sólo puede calificarse de desastrosa. Las dos novelas que a finales de los setenta publicó Ultramar (En la cárcel de Falconer y Suburbio) hace tiempo que son inencontrables. De las tres que a lo largo de los ochenta aparecieron en Alfaguara (¡Oh, esto parece el paraíso!, Crónica de los Wapshot y El escándalo de los Wapshot), al menos una, la tercera, está descatalogada. Los 61 cuentos de The Stories of John Cheever fueron repartidos por la añorada colección Narradores de Hoy de Bruguera en dos volúmenes (El nadador y La edad de oro), muy poco antes de la muerte de Cheever, muy poco antes también de la quiebra de la propia Bruguera, circunstancia esta que durante años condenaría al lector español al desconocimiento del núcleo central de su producción narrativa. En cuanto a sus Diarios, su incorporación en 1993 al catálogo de Emecé (actual Salamandra) pasó sin pena ni gloria, y buena prueba de ello es que los restos de edición se saldaron en enero del año pasado en las rebajas de unos grandes almacenes. En el prólogo a La geometría del amor alude Rodrigo Fresán a los diversos volúmenes de biografía o memorias que tienen a la figura del escritor norteamericano como eje central: los recuerdos familiares de su hija Susan, la biografía que su hijo Benjamin publicó con el título The Plagiarist, el trabajo de George W. Hunt. La lectura de sus apasionantes Diarios bastaría para proporcionarnos una aproximación cabal a su atormentada y contradictoria personalidad. Casado y padre de familia pero promiscuo bisexual, inestable y alcohólico pero amante del orden y las convenciones sociales, pecador compulsivo y asiduo asistente a los servicios religiosos, vivió Cheever en una constante tensión con todo y con todos, y especialmente consigo mismo. Sus cuentos, muchos de los cuales aparecieron inicialmente en las páginas de The New Yorker, fueron elogiados por escritores tan poco proclives al halago como Hemingway, Nabokov o Capote, pero la consagración no le llegó hasta la publicación en 1978 de The Stories of John Cheever. Murió en 1983, cuando su nombre sonaba como uno de los candidatos al Nobel, y sólo después de su muerte se publicaron sus Diarios. En la introducción, su hijo Benjamin escribió: 'Un espíritu simple dirá que la esencia de su problema era la bisexualidad, pero no es así. Tampoco lo era el alcoholismo. Asumió su bisexualidad. Dejó la bebida. Pero la vida seguía siendo un problema'.

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