La memoria de los campos nazis
Un libro y una exposición recogen 24 testimonios de deportados
'La pesadilla no ha pasado. La estamos viviendo cada día en Palestina, Venezuela o Colombia'. La afirmación no pertenece al Nobel de Literatura José Saramago. Procede de Jaume Álvarez Navarro, uno de los pocos testigos que han sobrevivido al horror de los campos de concentración nazis. De hecho, Álvarez, deportado con el número 4.534, ni tan sólo está informado de la polémica que ha suscitado en Israel el escritor portugués al comparar la situación que vive en la actualidad el pueblo palestino con la vida en los campos de exterminio del III Reich. 'No leo mucho sobre el holocausto porque me pongo nervioso. Cuando lo hago, no me encuentro bien', afirma.
'Los campos de concentración constituyen una historia negra que la juventud debe conocer para mantener los ojos bien abiertos a fin de que no se repita', apostilla Josep Egea Punjante, deportado con el número 5.894.
'No leo mucho sobre el holocausto, y cuando lo hago no me encuentro bien', afirma un ex cautivo
Por ello, tanto Álvarez como Egea aplauden y dejan escapar alguna lágrima ante el trabajo que han realizado el periodista David Bassa y el fotógrafo Jordi Ribó, quienes tras un año de investigación, 8.000 kilómetros de carretera y cientos de horas de entrevistas, han recogido en un libro las vivencias de la veintena de supervivientes de los campos de concentración alemanes. Son 24 testimonios -de las más de 3.000 personas deportadas en Cataluña-, agrupados bajo el título Memòria de l'infern (Memoria del infierno). El libro, que toma el relevo del que hace 25 años escribió Montserrat Roig (fallecida hace 10) con su obra Els catalans als camps nazis (Edicions 62, 1977), ha servido de base para una exposición inaugurada recientemente en la localidad barcelonesa de Granollers.
A pesar de los años transcurridos y de los cambios sociales y políticos registrados, las entrevistas de Bassa y Ribó revelan que los supervivientes del holocausto conservan intacto su espíritu combativo. Pero en todos ellos también predomina un evidente pesimismo por los rumbos que ha tomado el mundo y el silencio en torno a un pasado reciente demasiado oprobioso para sepultarlo bajo el olvido.
'La gente pasa, quedamos cuatro gatos', afirma Jaume Álvarez aludiendo al desinterés de amplios sectores de la juventud. 'Estoy decepcionado. Los niños y los adultos preguntan, mientras los jóvenes se quedan callados', añade Josep Egea. Ambos, a sus 81 años, cuestionan un mundo donde 'sufren siempre los pequeños, los que no tienen nada'. 'El martirio que nosotros soportamos lo está pasando hoy gente de otros países, porque el capital tiene que vender armas', rubrica Egea, quien denuncia a título de ejemplo el trato que los presos afganos reciben en Guantánamo por parte de Estados Unidos. 'Entre razas y etnias nos estamos exterminado como en los campos nazis', añade, al tiempo que lamenta que 'fieles de religiones muy parecidas se maten entre sí'.
Jaume Rodríguez (Barcelona, 1921) trabajó de peón en una obra hasta que a mediados de 1937 se incorporó al Frente Popular. Cruzó la frontera el 7 de febrero de 1939 y en junio de 1940 fue capturado por los nazis y deportado a Mauthausen. Los padres de Josep Egea (Arjucal, Murcia, 1921) se trasladaron a Cataluña cuando él apenas tenía unos meses, y a finales de 1938 se incorporó al frente con la quinta del biberón. Cruzó la frontera en febrero de 1939 y fue capturado por la Wehrmacht en 1941, que lo deportó también Mauthausen. Ambos fueron liberados en 1945.
'No nos han compensado por el dolor que sufrimos', aseveran, mientras que valoran el trato que las víctimas del nazismo han recibido por parte del Gobierno francés en comparación con el español. 'Ningún gobierno democrático de los que hemos tenido hasta hoy ha reconocido ningún derecho a los deportados', se lamenta Egea.
Álvarez corrobora tal afirmación. Estar al lado de la que después fue su mujer le llevó, en 1945, a abandonar las ayudas que recibía de Francia y enfrentarse a la España franquista, que le negaba el trabajo por su combativo pasado. A pesar de ello, no se arredra: 'Era rojillo y continúo siendo rojillo'.
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