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Crónica:CLÁSICA MILÁN SAN REMO | CICLISMO
Crónica
Texto informativo con interpretación

La primera gran carrera del año

Carlos Arribas

Andan revueltos mánagers y directores. En los patios venerables de la Universidad Católica de Milán se oye el rumor del descontento; corrillos y malas caras. La palabra boicot corre de boca en boca. La vigilia de la San Remo, de la Milán-San Remo, la gran clásica que abre el calendario del gran ciclismo, no es la fiesta alegre del reencuentro de otras ocasiones. El aire huele amargo. El ciclismo abierto de los grandes escándalos es también el ciclismo clandestino de los grandes acontecimientos. Por segundo año consecutivo, Eurovisión no tiene las imágenes de la carrera; un año más, las gestas y los gestos de los Freire, Zabel, Di Luca, Cipollini, Petacchi, Bettini, Dekker, o de Flecha y Vicioso, o de cualquier otro que se sienta en disposición de ser protagonista, sólo se verán en directo en Italia y en algún que otro canal minoritario y vía satélite del resto de Europa. El ciclismo, el gran deporte que vive de las cámaras, sin televisión se muere. Los directores han dado la voz de alarma, han protestado por la falta de diligencia de la Unión Ciclista Internacional (UCI) para forzar la retransmisión urbi et orbe. Tampoco con mucha fuerza. No fueron capaces ni de organizar un girotondo (corro), la forma de protesta popularizada en la Italia antiBerlusconi. El boicot del que hablaban, el boicot que finalmente llevaron a cabo, fue la no asistencia a la rutinaria reunión de directores con los comisarios. El mundo no se paró.

Ajenos al movimiento de mal humor, los ciclistas que sueñan con la San Remo se quedaron en el hotel. Reposo y meditación. Zabel, el gran favorito, el alemán que lleva cuatro victorias (1997, 1998, 2000 y 2001), con su rutina: recibiendo la víspera un nuevo modelo de Pinarello, el fabricante de sus bicicletas, y, supersticioso, esforzándose por decir la frase que, dice, le da suerte: 'Este año no voy a ganar la San Remo'. Se lo cree él. Aunque echará de menos a su piloto final, al veloz y devoto lanzador Fagnini, que se rompió la clavícula, el potente teutón es el gran favorito en el caso de que la cosa llegue en grupo al final, si son vanos los esfuerzos de Frigo, Di Luca y Bettini (los tres únicos con potencial para marcar la diferencia en el Poggio y la Cipressa, las dos colinas del final), o las más lejanas tentativas de Jalabert o Virenque, los amantes del gesto épico, o, lo que más teme Freire, el ataque sorpresa de un tal Dekker a kilómetro y medio. Así lo reconoce Freire, que espera una carrera dura, selectiva, con viento de costado, que la gente sufra, que los blandos lleguen vacíos al final de los interminables 287 kilómetros, a la Vía Roma de San Remo. Ni Petacchi, el sprinter de moda, ni Cipollini, el peligroso es Zabel. 'Pero al final yo no me fijaré en él, no intentaré coger su rueda para superarlo, que gastaría mis fuerzas pegándome con otros para colocarme ahí', dice el cántabro. 'Yo lanzaré mi sprint y llegaré hasta donde llegue. Y si gano levantaré los brazos. Y si no, pensaré en las carreras que queden'. Lo mismo que pensó e hizo antes de su Mundial de Lisboa.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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