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Columna
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Apología

HACE EXACTAMENTE 30 años, en 1972, un profesor suizo, Hans Robert Jauss (1921-1997), publicó un breve opúsculo, que acaba de traducirse al castellano: Pequeña apología de la experiencia estética (Paidós). Como nos lo advierte el prologuista de esta edición española, Daniel Innerarity, esta obrita apareció dos años después de que lo hiciera la monumental y contundente Teoría estética, de Adorno, y con la evidente intención de, fondo y forma, darle réplica. En efecto, usando un lenguaje claro, concisión extrema y unas pocas e imprescindibles citas, Jauss no sólo rastreó la raíz platónica que condicionaba la 'estética de la negatividad' del brillante pensador de la Escuela de Francfort, sino que trató de explicar el porqué del callejón sin salida en el que se hallaba la Estética de nuestra época, quizá debido a que ésta, así como también el arte, debieron asumir, en el seno de nuestra sociedad secularizada, las funciones que antes correspondían a la religión y la filosofía.

Transcurridos 30 años desde que se publicó, por primera vez, el libro de Jauss, la confusión estética y artística han ido en aumento, con lo que se agradece aún más la relectura de su Pequeña apología de la experiencia estética , donde no sólo se nos recuerda los tres conceptos fundamentales de la tradición estética, los de 'poiesis', 'aisthesis' y 'catharsis', que aluden a la capacidad artística de crear, percibir y actuar, sino el positivo sentido que todavía les corresponde ejercer en nuestra revolucionaria época, que, contra lo que se suele decir, el profesor suizo considera como su momento culminante.

Al margen de lo que cada cual piense sobre esta actitud 'saludable' con que Jauss interpreta la estética y el arte contemporáneos, el positivo de una general negatividad, hay en su discurso un concepto, el de 'recepción', que todo el mundo ha aceptado. No me refiero al pedestre uso que nuestro mundo académico ha hecho de este término, convirtiéndolo en el trasunto moderno del añejo de la 'fortuna crítica'; esto es: la recopilación de lo que los expertos han opinado, según cada momento, sobre una obra de arte, sino a cómo la contemplación de ésta, cuando es honda y plena, forma una parte esencial e imprescindible del proceso creador. En suma: no hay arte sin usuarios, pero restringir este crucial diálogo a un mero intercambio comercial o a la pulsación digital de un mando a distancia anula el sentido de la conversación. Las preguntas del arte van dirigidas a quienes acrediten responsabilidad, capacidad de responder. Por eso el arte lo aguanta todo menos sobrevivir en una sociedad de irresponsables.

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