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Entrevista:Txomin Badiola

'El Guggenheim ha perjudicado a los artistas vascos'

Como ilusión teatral o cinematográfica, como efecto de lenguaje metafórico, las Malas formas de Txomin Badiola (Bilbao, 1957) encuentran su correlato en una conciencia ajena a la contemplación de sí misma, pero audaz y generosa, que sostiene que cada uno de nosotros puede encontrar un conocimiento solitario. En esta retrospectiva que organiza el Macba, Badiola invierte la técnica del autorretrato -la negación del concepto de autoría- y trabaja de dentro afuera, al crear lo que él llama 'contraesculturas' que hacen fluir espacios de desolación donde 'habitan' autores que abdicaron del yo y cuya cualidad mayor era la de tener una pasión destructiva: Fassbinder, Passolini, Godard, y resonancias teóricas destiladas de Kristeva, Lyotard, Deleuze o Foucault. Malas formas tiene que ver con la necesidad del artista de que le amen y el procedimiento para conseguirlo es todo lo contrario: provocar.

'Es monstruoso pensar que en el País Vasco cosas tan trágicas suceden en contextos idílicos'
'Aspiro a una obra que lance continuamente al espectador a una multiplicidad de preguntas y que no dé nada por cerrado'
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PREGUNTA. La exposición comienza en los noventa, cuando se traslada a Nueva York, donde reside ocho años. ¿Qué le empujó a tomar ese camino?

RESPUESTA. A finales de los ochenta decidí abandonar la docencia en la Universidad, y esto coincidió con la retrospectiva que comisarié sobre Oteiza. Primero me fui a Londres, lo que me permitió revisitar mi trabajo pero en coordenadas distanciadas. El punto de inflexión fue la exposición en Soledad Lorenzo, ¿Quién teme al arte?, que me permitió esa bisagra. Y en Nueva York es donde creo que solidifico mi trabajo. Volví por cuestiones personales, me planteé si quería vivir allí para siempre, no podía seguir siendo un turista. Me había ido de Bilbao para tomar distancia con respecto a situaciones políticas y sociales que eran abotargantes, para entender las cosas de forma renovada.

P. Las cosas no están mucho mejor en Euskadi...

R. Mi relación con la ciudad es la que es, de distancia. La vida la hago en mi estudio, que no es un lugar de encierro sino de comunicación, es como una factory donde nos encontramos amigos y artistas, Ángel Bados, Ana Laura Aláez, Pello Irazu, Moraza... Somos unos freakies.

P. Su postura hacia quienes alimentan esa 'hiperrealidad' tan despiadada en Euskadi siempre ha sido crítica.

R. Las cosas allí no son como se publicitan en los medios, son más ambiguas y deslizantes. Las circunstancias se leen rápidamente, los significados están preestablecidos. Los signos están cargados y la realidad es tan ambigua que tienes la obligación de repensarla. Es una terapia mental. La muerte y la extorsión son inadmisibles, y el contexto en el que se producen es de una gran calidad de vida. Es monstruoso pensar que cosas tan trágicas suceden en contextos idílicos.

P. Y en ese contexto, ¿debe contraer el artista alguna obligación?

R. Por mi manera de ser nunca he estado en los frentes de acción ni de pensamiento. No siento que tenga una misión especial con mi país. Mi ambigüedad es estructurante. El arte es una forma de entendernos con el mundo o jugar con las versiones del mundo. Aspiro a una obra que lance al espectador a una multiplicidad de preguntas y que no dé nada por cerrado.

P. A usted se le considera el 'protagonista' de la llamada 'nueva escultura vasca'. Su referencia fundamental fue Oteiza. Hoy muchos artistas se quejan de que viven bajo el estigma de autores como Chillida o Tàpies, y que tendrían que 'matar al padre'.

R. Estoy de acuerdo. Chillida es un artista de gran éxito y al tiempo se consume en sí mismo. Lo mismo le pasa a Tàpies. Oteiza es el más marginal, es protestón, contradictorio, excesivo; para muchos es inagotable, ha tocado todo, su visión del mundo parece que está construida pero es caótica, por sus ideas es el artista contrario al artista perfecto.

P. ¿Cómo era su relación con él?

R. Muy dura, sobre todo si eras mínimamente inteligente. Alguien me dijo que a su lado sólo podían estar los mediocres. Pero es lo más cercano al genio, aunque no creo para nada en el concepto de genio. Era cañero, cuando me veía trabajar me decía: '¿Qué, haciendo objetitos?. Eso ya se acabó. El artista se ha de dedicar a la política y a la enseñanza'.

P. ¿Llegó a entender aquella decisión?

R. Hoy la entiendo en el contexto de las vanguardias, pero no que se haga extensible a los artistas de otra generación. Considero que soy un artista de mi tiempo. Cuando le conocí yo estaba empezando. Ahora, de mayor, me doy cuenta de que todo es posible, pero sin hacer aspavientos. Puedes decir 'voy a hacer otra cosa', pero no articularlo en un debate mayor sobre procesos artísticos o sociales. Si yo decidiera dejar de crear, sería una decisión personal.

P. ¿El desembarco del Guggenheim ha beneficiado al arte vasco?

R. No. La verdad es que no ayuda demasiado, todo lo que no está ahí exige un aval más allá del fenómeno artístico que se produce. La ciudad ha sido dura con sus artistas, por lo que éstos no tienen visibilidad. Hay becas, talleres, está Arteleku, sí. Pero el hecho de que esté el Guggenheim lo hace más duro. No se ha creado una trama que dé cuerpo a esa realidad artística y su ausencia produce una disolución.

Txomin Badiola, en una de las salas donde se presenta su retrospectiva en Barcelona.
Txomin Badiola, en una de las salas donde se presenta su retrospectiva en Barcelona.SILVIA T. COLMENERO

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