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Columna
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Cañonazos

El socio de Berlusconi, Humberto Bossi, saca pecho y amenaza con cañonear los barcos llenos de inmigrantes que se acerquen a las costas italianas. En España, donde gobierna otro amigo de Berlusconi, se insiste una y otra vez en identificar delincuentes con inmigrantes. Ya hemos elegido parias en la repetición de la jugada sangrienta que llenó Europa de miedo y horror hace sesenta años. Los emigrantes son culpables de casi todo: del aumento de delitos, del deterioro de la enseñanza, de las listas de espera... Ni siquiera se les reconoce el imprescindible papel que juegan en nuestro crecimiento económico y en el futuro de nuestras pensiones: según la encuesta que publicaba este periódico el pasado 28-F, casi la mitad de los andaluces cree que sobran inmigrantes y la mayoría piensa que perjudican a nuestra economía.

A los inmigrantes -como a los judíos en su momento- se les descalifica globalmente: los moros son sucios, conflictivos... Y, además, tienen dificultades para vivir en democracia. Olvidamos cómo estábamos los países de mayoría católica hace apenas veinticinco años. Por entonces, España, Portugal, Polonia, Filipinas y casi toda Latinoamérica estaban regidos por dictaduras. Había, eso sí, dos democracias algo cojas, como Irlanda e Italia, en donde no se reconocía, entre otros, el derecho al divorcio. Aquí nunca se le ha rebanado el clítoris a nadie, pero se ha mandado mucha gente a la hoguera. A comienzos de 1974, cualquiera podía decir, con razón, que los países de mayoría católica éramos incompatibles con la democracia. Ahora atribuimos ese problema, en exclusiva, a los musulmanes; como si fuera una consecuencia de la religión y no del subdesarrollo.

Si una niña marroquí quiere ir con pañuelo al colegio, se monta un circo. Pero si los bomberos salvan la vida a una monja que no tenía otro remedio que saltar por un balcón para huir de su convento y ganar la libertad -como sucedió en Madrid, hace poco-, los periódicos olvidan la noticia al día siguiente. Los medios de comunicación pueden hacer mucho: para bien y para mal. Hace año y medio, tratando de vender la Ley de Extranjería, TVE y Antena 3 abrían, día tras día, sus telediarios con la llegada de las pateras. Parecía toda una gran invasión. Así, es normal que muchos alimenten auténticas paranoias y que la inmensa mayoría de los españoles piense que hay demasiados emigrantes, cuando aquí apenas vive un 1,3% de ciudadanos ajenos a la Unión Europea. Los medios también pueden hacer bien. Vean, si no, esta noche Barri, un maravilloso programa de la televisión catalana (todos los viernes, a las 21,30 en el canal 67 de Canal Satélite) que cuenta el amable discurrir de la convivencia en Cornellá, una ciudad industrial de Barcelona a la que ha ido a buscarse la vida gente de todo el mundo; andaluces incluidos.

En Barri, muchos catalanes van descubriendo, sin sentir, que es posible convivir con personas muy diferentes. Es un ejemplo de televisión inteligente -y barata- que ha alcanzado shares del 25%. Porque, aunque parezca mentira, la televisión inteligente es posible. La fórmula es sencilla: basta con ponerla en manos de gente inteligente.

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