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Columna
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La cuenta atrás

El mundo está lleno de leyes, pero ninguna es tan imposible de abolir como la ley de la cuenta atrás: todo lo que está vivo inicia, desde el primer instante, su travesía hacia el cero, su ruta hacia la ceniza y, como han dicho de mil maneras diferentes y en los mil idiomas de la Tierra todos los poetas fatalistas de la historia, nunca se sabe muy bien si cada segundo que pasa es un poco más o un poco menos de vida, si es algo que tienes o algo que has perdido.

Miras los periódicos, lees acerca de este mundo extraño e invertido en el que los sindicalistas son de derechas y los judíos se han transformado en los nazis y, una y otra vez, casi todo lo que lees es la expresión de una cuenta atrás: la cuenta atrás de la Europa unida; la terrible cuenta atrás de los palestinos y los israelíes en esa guerra sin fin que no acabará hasta que todos amen más a sus hijos de lo que odian a sus enemigos, como decía Golda Meir; o la cuenta atrás del lince ibérico, que ha perdido en unos días, en el parque de Doñana, dos de los escasísimos ejemplares que quedaban; o la cuenta atrás de nuestra agua, cada vez menos abundante en los pantanos como cada vez son menos abundantes las lluvias y cada vez se destruyen más bosques de nuestro planeta, porque los irresponsables, los especuladores y los sinvergüenzas del mundo no saben que cada árbol talado es un número de la cuenta atrás. También hemos visto la imagen actual de Sharbat Gula, la bellísima niña de ojos verdes retratada hace 17 años en Afganistán por un reportero de la revista National Geographic y que ahora, en la nueva fotografía, ya no es una muchacha cuya hermosura crecía en mitad del espanto como una flor de edelwaiss en medio de la nieve, sino una mujer devastada por el sufrimiento y las privaciones, con el rostro marcado a fuego por la intemperie, el hambre y el trabajo inhumano.Vemos a Sharbat y vemos que ha cambiado mucho pero que es exactamente la misma persona porque su miedo es idéntico en las dos instantáneas, está en sus ojos hoy igual que ayer, antes bajo un velo rojo, ahora bajo la tétrica cárcel de su burka. ¿Por qué cuando vemos las dos caras de esa niña-mujer afgana nos parece imposible que sólo hayan pasado 17 años entre una y otra? Seguramente, porque la brutalidad de nuestra época hace que la cuenta atrás de todas las cosas vaya cada vez más deprisa, devore cada vez más rápido los bosques, los animales y las personas.

Estos días, también circula otra foto por las redacciones, una foto que hemos visto en los diarios, en las televisiones y pegada a los muros de la ciudad, donde se han repartido 11.000 carteles. Esa fotografía es la de un niño de 12 años llamado Donovan que desapareció de su casa en Guadalajara y vino a perderse a Madrid. Ese niño falta de su casa desde hace más de dos semanas y sus padres reciben decenas de llamadas cada día: alguien lo ha visto en un autobús; alguien lo ha visto en el borde de una carretera con un cartel en las manos que decía: 'A Valencia'; alguien lo ha visto en el andén de una estación de trenes; alguien lo ha visto cerca de un lugar de drogas, junto a un heroinómano... Los padres del niño dicen que no saben por qué se ha fugado y que se están volviendo locos, precisamente, porque no soportan la cuenta atrás del miedo, deben de sentir que alguien ha dado la vuelta a un reloj de arena y que esa arena va sepultando poco a poco a su hijo y, en las entrevistas que les hacen los reporteros, dicen 'los días son duros', 'el tiempo pasa', 'lo peor es la noche'...

Donovan estaba teniendo problemas con los estudios, según sus profesores, acababan de darle una citación para que su madre fuera al colegio a hablar del problema. ¿Ha huido por eso? ¿No será que, en este mundo imbécil de las operaciones triunfo donde sólo caben el éxito o el fracaso, se está poniendo una carga demasiado pesada sobre los hombros de los niños? ¿No será peligroso obligar a chavales de 13 años, como quiere la nueva ley de la enseñanza, a tomar una decisión sobre su futuro, a esa edad? ¿Y mandarlos al gueto de los torpes a los 12, cuando sus notas no sean óptimas? Sharbat Gula y Donovan Párraga son ejemplos, son síntomas. La cuenta atrás sigue y los que tendrían que ponerle diques pisan el acelerador. Que alguien los pare.

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