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Columna
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Equivocarse de portería

Hace poco menos de un mes, se filtraron datos fragmentarios sobre la futura Ley de Calidad de la Enseñanza. Y como estamos en una batalla a cara de perro entre los partidos, empezaron a oírse, en uno y otro lado, cosas enormes. Fuentes afectas al Gobierno insinuaron que la ley pretendía poner a la LOGSE patas arriba. Y la oposición recogió el guante y declaró venenoso y contrario a la salud pública lo que se estaba cocinando en los peroles populares. ¿Predecible? Sí. Pero también un pelo estrafalario. Vayamos por orden.

La LOGSE, en su redacción inicial, fijaba un porcentaje equis de materias obligatorias, y delegaba la fijación del resto a arbitrios varios. La maquinaria legislativa autonómica se puso en marcha, y acabó por generar un sistema que confiaba al alumno, a partir de los 15 años, la confección del currículo en la porción exenta o no obligatoria. Por desgracia, los centros pequeños carecían de recursos para satisfacer este menú a la carta. Y se ha tirado entonces por el camino de en medio. Esto es, se ha juntado a alumnos dispersos y dispares, y se les ha enseñado lo que buenamente se podía. Los optimistas se consuelan apelando al concepto de igualdad: todos concentrados en el mismo aula, con abstracción de su aprovechamiento o inclinación. Pero el remedio era eso, un remedio. Y además, una terrible pejiguera para los docentes.

La idea de los populares consiste en simplificar el procedimiento creando dos categorías básicas, y completando el conjunto con categorías residuales. La primera categoría agrupa a los alumnos que habrían de pasar luego al bachillerato superior. La segunda, a los orientados a la formación profesional. La división se verificaría a los quince años, con la posibilidad de cambiar de pista más tarde. La medida abrumará a los padres que buscan, movidos más por el amor que por el realismo, garantías universitarias para sus retoños. Y aliviará enormemente a los profesores, que se volvían micos disparando a izquierda y derecha.

¿Qué hay de las categorías residuales? Éstas son todavía un misterio, como lo fueron también en la LOGSE. Pero cabe buscar el hilo, y hasta dar con el ovillo. La LOGSE contempla un fondo de saco para los chicos de más de dieciséis años que han ido acumulando suspensos y que, en el régimen anterior, habrían interrumpido sus estudios a los catorce años. A esos chicos se les enseña ahora cualquier cosa, y se les da un título para que no se sientan en lo sucesivo ciudadanos de segunda. La LOGSE bautiza esta práctica, eufemísticamente, con el nombre de 'diversificación curricular' (A. 23.1). Las categorías residuales de la nueva ley darán forma, probablemente, a todo esto. Que nos enfrentamos a un reelaboración de la LOGSE, y no a un cambio dramático, queda corroborado por unas recientes declaraciones de Marchesi -padre de la ley socialista- a EL PAÍS (25-2). Allí recomendaba Marchesi que 'los alumnos se incorporen a programas de diversificación curricular a partir de tercero de ESO (15 años)'. Esto significa admitir 'los itinerarios' populares de pe a pa, incluidos los que no conducen tan siquiera a la formación profesional.

Vuelvo a los partidos. Si el PP hubiese presentado la Ley de Calidad como lo que va a ser, esto es, una razonable reinterpretación de la LOGSE, no habría pasado nada. Y si los socialistas no se hubieran olvidado de su propia ley, tampoco habría pasado nada. Y concluyo con una observación risueña. Hete aquí que, en último análisis, el informe Pisa nos ha dejado en un lugar decoroso. El puesto decimoctavo (España) es casi tan bueno como el décimo (Austria: un décima de distancia), puesto que las diferencias han resultado ser muy reducidas -sólo se han descolgado México y Brasil-. Y hemos sido el país no asiático con menos desviaciones de la media, y por lo tanto, con menos fracaso escolar. Los socialistas pudieron haber aprovechado la ocasión para reivindicar su LOGSE, diana de tantos reproches allá por los ochenta. Pero, de nuevo, se han equivocado de portería.

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