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Columna
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(Anti)globales

Una doble ambivalencia planea alrededor del Consejo de la Unión Europea que se celebrará esta semana en Barcelona y de las protestas antiglobalización que lo acompañarán como a todas las cumbres de gobernantes desde los enfrentamientos de Seattle de hace más de dos años. De un lado, está el europeísmo, que no es otra cosa que la construcción de una interdependencia plural, y de otro, el malestar ante el déficit democrático que acarrea la compleja gestión de ese proyecto. Por una parte, están los que critican la globalización desde arriba y se movilizan para que se corrijan 'desde abajo' sus efectos, y por otra, los contrarios a la globalización porque se oponen al sistema desde un nihilismo sin alternativa. Como destacó Anthony Giddens en una conferencia pronunciada en Valencia el pasado noviembre, el emergente movimiento antiglobal ha de ser cauteloso con los viejos reduccionismos reciclados, especialmente con el tópico de izquierdas según el cual las empresas y corporaciones tienen siempre la culpa cuando algo va mal en el mundo y, si no, se echa la culpa a los americanos. El sociólogo británico propugnó el diálogo entre la globalización desde arriba y la globalización desde abajo, partiendo de la constatación de que las ONG son tan protagonistas del fenómeno globalizador como las compañías transnacionales y de que lo que ocurre con los países pobres y los sectores excluidos es precisamente que quedan al margen de la globalización. Construir una sociedad civil global es un objetivo en el que fuerzas políticas y sociales de diverso signo habrán de buscar un espacio de debate y confluencia. De ahí la importancia de que la izquierda parlamentaria no deje solas en la calle (entre la policía y los extremistas del destrozo y el sabotaje) a plataformas unitarias como el Foro Social. Frente al discurso aznarista del orden cerrado, la izquierda ha de tender puentes con los antiglobales que no comparten la fantasía sectaria de Susan George y su Informe Lugano y que no jalean, a diferencia de lo que ocurrió en Valencia el pasado octubre, los chistes de mal gusto sobre el atentado en Nueva York y el mesianismo primitivista de un anarquista doctorado en Stanford como John Zerzan.

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