El dinero no da la felicidad
AHORA LO MÁS DE LO MÁS es el método Pilates. Me he apuntado porque me lo dijo Bicoca y porque no tengo personalidad. Que dice Bicoca que el Pilates, pues el Pilates. Es el método de gimnasia que hacen las estrellas de Hollywood, concretamente Sigourney Weaver, que se ha convertido en nuestra meta a seguir. Dice Bicoca que hay que ponerse metas. Si lo dice Bicoca, me las pongo. Busquemos la excelencia, dice Bicoca. Y yo la busco. Sigourney Weaver, ése es el espejo en el que nos tenemos que mirar, dice Bicoca, aunque yo, mientras hacíamos el otro día un ejercicio consistente en hacerse una pelota y rodar por el suelo, me miré al espejo y, francamente, le daba más aire al Octavo pasajero que a Sigourney.
Pero Bicoca no es solamente esa mujer frívola que sólo se ocupa de su cuerpo, ella busca también la excelencia del alma: lee. Y escribe. Está escribiendo un libro de autoayuda, sólo tiene el título: Yo, yo y yo, y el subtítulo: Mi filosofía de vida. Y lee. Ahora lee historia porque ha oído que la novela ha muerto 'y a mí no me pillan en ese entierro', dice. El otro día, mientras estábamos todas con las piernas abiertas en posición de yoquesé delante del profesor (le gusta ponernos en esa innoble posición para sentirse machote), Bicoca me dijo: '¿Sabes que he leído que hubo un tiempo en que una ardilla podía recorrer de árbol en árbol la Península sin tocar el suelo?'. Tremendo culturón.
Podría escribir en este artículo un canto a la conservación del planeta, pero a mí me gusta pensar las cosas en positivo. Para empezar, a las ardillas que las den por saco. ¿No es mejor pensar que hoy en día un escritor puede recorrer de cabo a rabo la Península sin gastarse un duro? Y no digamos ya los del cine y los de la tele, que les invitan en los restaurantes, que les regalan ropa. Aquí, hoy por hoy, en España, sólo pagan ustedes. No lo digo para amargarles la vida, lo digo para que compartan la alegría con nosotros. Así he vivido yo esta semana. Empecé con un estreno de cine: En la ciudad sin límites. A mí no me gusta ir a los estrenos porque la cosa consiste en que ves una película que es un rollo y aplaudes como si te gustara. Pero no fue el caso: la película es preciosa, y aplaudí con todas las fuerzas del alma. Para rematar, le di dos besos a Roberto Svaraglia, que tiene los ojos más dulces del cine, y no contenta con ello abracé a Fernán-Gómez, que también tiene ojos. Ojos que me turban. Desde aquí te lo digo, Antonio Hernández: ¡peliculón! Ustedes tienen que ir pagando, pero piensen que no sólo adquieren una cultura, sino que apoyan el cine español. Y eso es bonito.
No contenta con ir al cine por el morro, viajé a la Semana de la Moda de Milán. No a desfilar, como comprenderán. Yo no me hice modelo porque no sé andar con tacones, pero tengo mi punto: me pones unas antenas y una camiseta a rayas de Ruiz de la Prada y soy La Hormiga Atómica rediviva (la reponen en el Canal Digital, por cierto). El viaje no lo pagué yo, sino la revista Woman, que muy amablemente me llevó a las pasarelas a ver si se me pega algo. Dije que sí por dos razones: la primera, porque me apunto a un bombardeo; la segunda, porque hace tiempo que me quería hacer amiga de Juan Cueto, que vive en Milán, y me dije: ésta es la mía. En cuanto a la moda, qué decirles: lo que más me impresionó fue Naomi Campbell desfilando para Dolce y Gabbana, y conste que Naomi ya está casi retirada, porque a su edad las jubilan (las escritoras nacemos jubiladas), pero es guapa de echarse a llorar. De echarse a reír son las modelos que se llevan ahora: andan como caballos, no tienen chicha, no son guapas, pero dicen los entendidos que lo importante es tener personalidad. Por eso no me he hecho yo modelo: porque no tengo personalidad. Mis compañeras expertas decían que Armani era un rancio. Vale. Versace, un hortera. De acuerdo. Que Bluemarine se repetía. Bueno. Yo les daba la razón para hacerme la entendida. En el desfile de Gianfranco Ferré, entre que apagaron las luces y era después de comer, me dormí en el hombro de Inma Sebastía, directora de Woman. Debió de pensar: 'Para qué habremos invitado a esta tiparraca'.
Hablemos de Cueto: me invitó a cenar al Four Seasons, por todo lo alto, al ladito de Laggerfeld, y a una trattoría a enrollar espaguetis y llenarnos los morros de tomate. Llegamos a un acuerdo rápido: había que poner a parir a media España. Qué bien se pasa. Cuando Cueto me dejó en el hotel ya éramos amigos de toda la vida. Me contó que hace poco estuvo nuestro Azcona en Milán, Cueto le contaba que Steiner decía que la felicidad era cenar en las galerías Victor Enmanuelle con Il Corriere de la Sera, EL PAÍS y Le Monde y una entrada para La Scala. Azcona, genial, reflexionó: 'Sí que es cara la felicidad para Steiner'. Hay que pensar, claro, que a Steiner le saldría gratis el viaje, y a Azcona, y a mí y etcétera.
Porque aquí el único que paga es el lector. Por cierto, que sin venir a cuento me dijo Cueto: '¿Y por qué no te suben el sueldo, quieres que yo intervenga?'. 'No, Juan; no te preocupes', dije, 'si el dinero no da la felicidad'. Me miró como si no diera crédito.
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