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Tribuna:EL FUTURO DE LA CAPITAL
Tribuna
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Soñar Madrid

La autora expone las ideas que, a su juicio, deberían inspirar al equipo que pretenda gobernar la ciudad para sacarla de la 'pesadilla' y el 'caos' que sufre.

Francisca Sauquillo

Madrid se ha convertido en una ciudad embarullada, insolidaria e inhóspita: en un brindis al caos. Y es lamentable, porque hasta hace no muchos años Madrid era el mejor de los lugares posibles para vivir, una ciudad cosmopolita, abierta, culta y relativamente cómoda porque los madrileños se sentían identificados con ella, apreciaban las mejoras que poco a poco se iban realizando y sobrellevaban con resignación, pero cierta ironía, la insoportable realidad del exceso de tráfico, el inevitable plus de capitalidad, el desordenado crecimiento urbanístico y las genialidades de sus alcaldes, todos ellos convencidos de que tenían la solución a todos los males. Pero al menos conservaba la placidez de sus atardeceres, la costumbre de extender el día hasta bien entrada la noche y la afición a vivir la calle.

La seguridad tiene que ver con valores como el respeto, el civismo y la solidaridad
Antes se animaba al ciudadano a ser sujeto activo de la cultura, no mero receptor cultural

Así fue hasta que alguien debió de pensar que los madrileños sólo tenían un sueño: el de que no les dejasen en paz. Así se ha llegado al Madrid de hoy, una ciudad-pesadilla en la que el caos circulatorio, la incomodidad vial, la insolidaridad, la inseguridad, el ruido y la especulación la han situado como una ciudad al borde de un ataque de nervios. No hace falta escuchar a muchos vecinos para comprender que el año y medio que falta hasta las próximas elecciones municipales va a hacerse larguísimo.

Y, no obstante, Madrid no ha hecho nada para merecer semejante tortura. Con un criterio determinado eligió un equipo municipal para que gobernase la ciudad, sin duda confiando en su sensatez. Tres años más tarde no creo, sinceramente, que nadie se sienta bien gobernado. Se esfumó cualquier idea novedosa; se faltó al respeto al vecino; se secaron las iniciativas antes de florecer; se convirtió el programa electoral en desecho de tienta. Madrid necesita un programa de verdad, una ilusión regeneradora, un principio de rectificación. Y alguien que la gobierne capaz de soñar Madrid.

Se está abundando en la idea de que Madrid es una de las ciudades más inseguras del mundo, pidiéndose como alternativa el incremento de policías en la calle. La seguridad como valor superior al de la libertad, o, como decía Goethe: 'Es preferible la injusticia al desorden'. Este planteamiento no es sólo conservador o reaccionario; también desconoce por completo el hecho de que la seguridad tiene que ver con otros valores, como el respeto, la buena educación, el civismo y la solidaridad. Un presidio es más seguro que una plaza pública, sin duda, pero lo más seguro de todo es un cementerio, y en España ya hemos conocido muchos años de paz de cementerio. La seguridad comienza cuando se comprende que la policía no es sólo un instrumento para resolver, sino para prevenir, cuando se garantiza la libertad en lugar del orden. Se trata de obtener los mismos resultados, pero desde planteamientos diferentes: los que separan a la derecha de la izquierda.

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La seguridad tiene mucho que ver con la solidaridad. La buena vecindad no tiene que desatenderse por grande que sea un núcleo urbano. Considerar al próximo como ciudadano y vecino significa procurarle atención si la precisa y respeto por merecerlo. Y auxiliarle si se encuentra en un estado de inseguridad o indefensión. La idea de la convivencia también se aprende. Y se enseña.

Las ciudades modernas no tienen defensa frente al crecimiento vial y urbanístico. El mercado inmobiliario es imparable, y la circulación de vehículos de motor, inevitable. No pueden ponerse puertas al campo ni restricciones a la libertad de circulación. Madrid es una ciudad colapsada por los camiones de mercancías, los autobuses escolares, los autobuses urbanos y los coches oficiales, y, al ser todos ellos servicios imprescindibles, no cabe más que la ordenación de una y otro del modo que resulte menos incómodo para el vecino. Cualquier programa electoral que prometa soluciones al tráfico o disminución del crecimiento urbanístico está prometiendo lluvias en julio y rosas para diciembre. Pero una cosa es comprometerse con el imposible y otra facilitar, como ahora se hace, el tráfico mediante túneles que no desembocan en ninguna parte. O imponer restricciones a medias a la circulación y mantener una red de servicios públicos municipales caótica. Las líneas paralelas de autobuses, en lugar de transversales, y la cadencia de sus frecuencias restan eficacia a un servicio que es esencial en cualquier gran ciudad.

El desarrollo urbanístico, por su parte, carece de credibilidad porque está sometido a demasiadas servidumbres, la principal de ellas la exasperación ilimitada de las 'sagradas leyes del mercado', cuyas correcciones y limitaciones para dotarlas de un alma, al menos incipiente, ni siquiera asoman a la imaginación de nuestros romos gobernantes pese a estar previstas y protegidas por nuestra Constitución, en potencia. El origen de Madrid fue un puñado de calles en desorden y su expansión siempre tuvo naturaleza aleatoria. Los nuevos barrios han corregido esa tendencia, pero se ha olvidado de que tan importante es su creación como su mantenimiento. Que Madrid no es sólo el barrio de Salamanca, por decirlo con mayor claridad. Tomemos como ejemplo los servicios de amejoramiento, limpieza y servicios de ese barrio, y hagamos que todo Madrid sea como el barrio de Salamanca.

Y que se reabra el debate tanto acerca de la regulación de '... la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación' (artículo 47 de la Constitución) como sobre el Plan General, particularmente en lo referente a la zona norte, los pasillos ferroviarios y las salidas de la ciudad.

Una vez Madrid fue capital de Europa, precisamente cuando se decidió que los vecinos tenían derecho a conocer cuantas creaciones artísticas se realizaban en el mundo y se les facilitaba participar en la creación mediante el pleno uso y rendimiento de los centros culturales de distrito, la conservación de eventos anuales culturales, la programación de los centros municipales, la colaboración con la iniciativa privada y el apoyo del Ayuntamiento a las programaciones artísticas de cafés y foros privados. Era cuando al ciudadano se le animaba a ser sujeto activo de la cultura, no mero receptor cultural sin capacidad para la protesta, condenado al silencio. La regeneración cultural es la llave de una ciudad nueva. Y nadie está hablando en estos términos porque las grandes preocupaciones culturales de los gobernantes son que al anochecer permanezcan en sus casas todos los vecinos y, frente a los jóvenes, ganarles la batalla del botellón, que, si no se le da alternativa (en Amsterdam, el municipio abrió una gran nave donde podían cobijarse los jóvenes), está perdida de antemano. El ejemplo de Barcelona es ilustrativo, como ayer el de Amsterdam y hoy el de Berlín. A más cultura, menos botellón, y al exceso de botellón, mayor posibilidad de acceso a los locales juveniles, evidentemente sin dispensa de alcohol.

La atención a los vecinos en dificultades, sin atender su origen ni procedencia, como nunca se les preguntó en Madrid y ello hizo célebre a la ciudad, es una prioridad. Buenos servicios, como el Samur, han de complementarse con una adecuada y completa asistencia domiciliaria a enfermos y mayores, una mayor dotación presupuestaria a los servicios de guarderías y albergues, una red de servicios a la inmigración que facilite su ordenación y una gran campaña que invite a la comprensión, basada en la educación, la convivencia y la comparación demográfica de inmigrantes con otras capitales europeas análogas a Madrid. Sin renunciar a la integración como fundamento de todo ello, lo que resolverá buena parte de las carencias en cuanto a seguridad, libertad y cultura que hoy afectan a Madrid.

Éstas son algunas ideas (entre otras muchas necesarias) que, en su día, habrían de inspirar a cualquiera que sea el equipo que pretenda gobernar Madrid, y que sólo cabría esperar que pusiese en marcha un gobierno abierto, progresista e ilusionado. Lo que no es el gobierno municipal que hoy ha convertido Madrid en una ciudad embarullada, insolidaria e inhóspita.

Francisca Sauquillo es diputada socialista en el Parlamento Europeo.

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