L'avió de Bayarri
Siempre que hace la bonoloto intento averiguar los números a los que apuesta y jugar a los mismos. Él está absolutamente convencido de que le va a tocar un día de estos. Como es más que tozudo y además el éxito le acompaña, empiezo a pensar que ya se está demorando en exceso la fortuna porque este tipo, Francesc Bayarri, mi compañero y amigo, es de los que consigue lo que se propone.
L'avió del migdia, (Edicions Bromera, 2002) novela con la que ha ganado el Premio Valencia de Narrativa y que aparece esta semana en las librerías, es su penúltimo empeño, porque, apenas unas semanas después de celebrar el fallo del jurado, consiguió embarcar a un puñado de periodistas y amigos para colgar en la telaraña mundial el primer periódico electrónico en valenciano (www.araomai.com).
Y si el 'ara o mai' responde al aserto de Joan Fuster de que 'ahora o nunca' se normalizará el valenciano a partir de su implantación en los medios de comunicación de masas, la novela de Bayarri se abre, precisamente, con otro consejo del solitario de Sueca: 'No tingueu més conviccions que les decididament imprescindibles'. Aforismo metodológico, que responde a un escepticismo de carácter puramente preventivo, que se imponen a ellas mismas algunas personas cinceladas por firmes compromisos, fidelidades y convicciones.
En contra de lo que pueda sugerir la solapa del libro, L'avió del migdia no es, en absoluto, una novela periodística. Lo único periodístico de esta novela es la eficacia, la precisión y la claridad de la prosa que se gasta el autor en todo cuanto escribe. Y aunque la acción de L'avió del migdia se desarrolle durante el final de la dictadura, con las actividades de un grupo de jóvenes antifranquistas como elemento conductor de la trama, no estamos, de ninguna manera, ante un relato sobre la transición, sino ante una novela que narra la educación sentimental de unos adolescentes que juegan a la política porque, junto a otros divertimentos propios de la edad, ése era el regalo que les habían dejado aquellos tiempos.
A partir de ese arranque, y sin perder en ningún momento el pulso de la acción principal, la novela construye también el imaginario de esos jóvenes a través de la épica de un paisaje, la huerta, pero sobre todo de una ciudad, la de Valencia, con imágenes de lo mejor de su historia, con referencias a veces muy directas a sus protagonistas y otras, aunque menos explícitas, como en el caso de Vicent Ventura, no menos evidentes y cariñosas.
Con la publicación de esta novela, la narrativa gana una mirada distinta a esa visión de ciudad de los excesos, de territorio canalla, tan en boga en las novelas ambientadas en Valencia. Y es que esta es una novela construida con un tratamiento literario tan afectivo que ni siquiera aparecen como malvados los personajes que protagonizan la represión, sin que por ello se resienta el verosímil de una acción que fluye con soltura a lo largo de todo el relato.
Cada mediodía, un joven miraba el paso de un avión que cruzaba un tiempo y un país en el que todas las ilusiones eran posibles. Desde el mismo avión, con la distancia de la altura de los años, Francesc Bayarri nos devuelve la mirada sobre ese territorio, una ciudad una huerta y unos habitantes a los que tanto quiere.
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