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Entrevista:MICHEL DEL CASTILLO | Escritor

'La literatura no tiene ninguna intención terapéutica'

Michel del Castillo (Madrid, 1933), hijo de madre española y padre francés es una gloria literaria en el país vecino, y su novela Tanguy (1953), obra obligatoria en la Enseñanza Secundaria.

Sus obras las publica la prestigiosa Gallimard, pero en España ha tenido que ser un pequeño editor, Ernesto Santolaya, de Ikusager, quien rescate sus principales títulos. Ayer se presentó en Vitoria Calle de los archivos (1992), un paso más en su búsqueda de la verdad sobre su madre, que le abandonó en un campo de concentración nazi cuando tenía nueve años.

'Hay un diálogo entre la mirada del narrador, inquisitiva, y la del niño, inocente'
'Lo único que alejaba a mi madre del bando nacional era su forma de vida'

Pregunta. En esta novela, que narra la muerte de la madre, se confrontan los recuerdos del niño con la realidad que descubre el adulto. ¿Cómo se lleva ese desdoblamiento?

Respuesta. Surge de forma natural y me parece una cosa muy evidente, ya que durante todos esos meses yo estaba hablando conmigo mismo. Así es cuando se muere la madre de alguien: la evidencia siempre se ve a dos niveles, la del adulto y la del niño.

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P. Pero no es un monólogo interior, sino un diálogo entre el recuerdo y los hechos históricos.

R. Cuando yo vivía los acontecimientos, veía a esta señora de una manera, pero cuando he sabido todo lo que he conocido de ella, yo también era otra persona. Por eso, en la novela hay un diálogo entre la mirada del narrador, inquisitiva, y la del niño, inocente.

P. ¿Qué papel tiene la literatura como ajuste de cuentas con la memoria? ¿Qué vinculación tiene, en su caso, con el psicoanálisis?

R. Sí hay un diálogo, pero no tiene ninguna relación con el psicoanálisis, porque la literatura no tiene ninguna intención terapéutica. Cuando se termina un libro uno no está ni mejor ni peor que antes; realmente, yo diría que quizás está peor. Sobre todo, en mi caso, porque los recuerdos son ambivalentes, ya que el niño atesora unas referencias que luego no tienen nada que ver con la realidad.

P. ¿Por ejemplo?

R. En mi caso he llegado a conocer cómo la familia de mi madre trató por todos los medios de impedir que me llevara consigo [a Francia] a mis cinco años. Más que nada, porque ya había abandonado a tres hijos antes, por lo que ya tenía costumbre. Se llevó al niño no por amor, sino para utilizarlo en su viaje. Pero de todo esto, el niño no tenía ninguna noción. Él sólo veía el amor de su madre.

P. ¿Hasta qué punto llega esa confusión con los recuerdos?

R. Por ejemplo, yo recuerdo cuando viajábamos en un tren al sur de Francia, a un campo de concentración. Pensaba que habían arrestado a mi madre y que yo tenía que ir con ella. Pero una estudiante alemana, que estaba haciendo una tesis sobre mi obra, me aclaró que en realidad mi madre me había sacado de una casa de campesinos donde estaba alojado, con el fin utilizarme en la cárcel como intercambio. Lo siento mucho, pero el guión es mucho más triste. La escena del tren es cierta, pero el antes y el después no tienen nada que ver. En ese momento, hay centenares de miles de mujeres en Francia, recorriendo el país para esconder a sus hijos en casas de labradores.

P. Esa es la experiencia personal de Michel del Castillo. ¿Cómo salta a la literatura?

R. En mi obra se entrecruza mi vida personal reconquistada con la literatura. Mi intención continua es cómo meter los recuerdos ambivalentes y confusos en una historia.

P. ¿Le ha llevado a escribir su experiencia vital?

R. Hay millones de niños que se habrán angustiado porque su madre se olvide una noche de darles un beso antes de acostarse, y generalmente no ocurre nada. Pero ahí está Marcel Proust, quien empieza a preguntarse a los cinco años cosas extrañas sobre cómo el ser que yo más quiero en el mundo puede ser capaz de olvidar. Y esto da una de las mayores obras literarias del siglo XX. La vida no hace la literatura, es la literatura la que hace la vida.

P. En sus obras hay lugar para el amor, como el que muestra Félix por su madre, Cándida.

R. Ese es el gran misterio de esta mujer, que tuvo en su vida a cinco o seis hombres locos por ella. Era una mujer que mentía para decir los buenos días, que utilizaba a su hijo hasta el punto de recoger toda la pensión alimentaria de mi padre hasta mi mayoría de edad (yo tenía cinco entonces) y gastárselo en unos meses. Y así fue con todos. Yo creo que los hombres se aburren tanto que cuando les cae un terremoto pasional como Cándida sienten que sucede algo y, por lo menos, ya no se aburren.

P. ¿Cómo habría sido su vida sin la Guerra Civil?

R. Hay que ser prudente en el papel de mi madre como republicana. Es cierto que toda mi obra literaria nace de ella, una persona con una gran pasión por las artes. Pero su vinculación republicana no es tan decidida. Es más, los primeros que la detienen son los comunistas por sus críticas al asesinato de Calvo Sotelo. Lo que ocurre es que su capacidad de adaptarse a las circunstancias le lleva a adscribirse al bando republicano hasta llegar a hacerse amante de un mando de los milicianos. Lo único que le aleja del bando nacional es su forma de vida. Esta señora, recién casada y con un hijo, abandonó a su familia durante el veraneo en San Sebastián.

P. ¿Cómo se llevaba su madre con ella misma?

R. No se soportaba. Sus cinco últimos años, que aparecen en Calle de los archivos, reflejan la lucha contra la decadencia.

P. Un buen carácter para una novela.

R. Cuando se piensa en literatura, el final de esta mujer es shakespeariano. Nunca soportó que yo la viera en esos momentos, en los que sobrevivía en medio de sus propios fantasmas, los de los seres que había abandonado en el camino.

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