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ESCÁNDALO EN SALT LAKE CITY

La voluble historia de la hemoglobina

Carlos Arribas

La historia del esquí de fondo en los últimos 15 años podría escribirse sin nombres, sólo con datos. Con cifras. Con la evolución del nivel medio de hemoglobina de los esquiadores desde 1987 hasta 1999, por ejemplo.

La relación es sencilla y directa: a mayor nivel de hemoglobina en la sangre, más oxígeno llega a los músculos y mayor es el rendimiento del deportista. La forma más sencilla de elevar la hemoglobina, que es la proteína con hierro que atrae al oxígeno como un imán y lo transporta por el torrente sanguíneo, es el recurso al prohibido dopaje sanguíneo, a la EPO. Así, aunque científicamente no sea demostrable, cualquier detective privado tomaría como una pista clave, a la que sólo habría que añadir la confesión del asesino, la volubilidad de la hemoglobina de los esquiadores de fondo para demostrar el abuso de EPO.

En 1988, la Federación Internacional de Esquí (FIS) decidió comenzar con sus esfuerzos para acabar con el dopaje sanguíneo controlando las transfusiones de sangre en los Campeonatos del Mundo de 1989. Entonces comenzó a medir la hemoglobina de los esquiadores: sus valores medios eran inferiores a los de la población de referencia, como podría esperarase del efecto de la hemodilución, la expansión del pasma asociada con el entrenamiento de resistencia.

La EPO comenzó a sintetizarse a finales de los años 80, por lo que no extrañó a los científicos que los valores máximos de la hemoglobina de los esquiadores de fondo se dispararan en 1994 y más aún en 1996. También en esa época otro valor de elevación fue el comienzo del uso de las cámaras hipobáricas para provocar artificialmente hipoxia. Esos valores extremos constituían simultáneamente un riesgo sanitario y una trampa.

En 1996, intentando acabar con la EPO, la FIS introdujo una nueva medida: los esquiadores que tuvieran una hemoglobina superior a la media de la población más tres puntos. En 1997 fijó los topes máximos en 18,5 g/dl en los hombres y en 16,5 g/dl en las mujeres (posteriormente se bajó el límite a 17,5 y 16, respectivamente, que son los valores en vigor en Salt Lake City, los que dejaron fuera de juego a la rusa Larissa Lazutina y causaron los primeros problemas a Muehlegg en vísperas de su tercera medalla).

Los valores de hemoglobina de los esquiadores estudiados respondieron rápidamente a las nuevas reglas. Los valores máximos respondieron espectacularmente, descendiendo una media de 1,5 g/dl en los hombres y nada menos que 4,2 g/dl en las mujeres. Podría parecer que la norma había conseguido su objetivo de acabar con las prácticas prohibidas si no fuera por otro dato que lo refuta: las concentraciones medias en mujeres y hombres no han dejado de crecer, lo que sugiere que continúa el uso de métodos artificiales para incrementar la masa total de hemoglobina. Como Muehlegg está demostrando.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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