_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La juventud jejé, la juventud jajá

Elvira Lindo

A MÍ ME ENCANTA cambiarme de casa. Cada dos años o así me entra la fiebre inmobiliaria. Así que mi santo, cuando trae el periódico los viernes, antes de subir a casa lo peina previamente del suplemento de Propiedades. Me ha advertido, después de cinco traslados, que sólo saldremos de esta casa con los pies por delante. Él dice que es una declaración de amor, pero a mí me da como susto. Desde que me la soltó, hay noches que, cuando estamos en la cama, me da por pensar que nos parecemos a los amantes de Teruel. A mí, como lo siento lo digo, cambiarme de casa me excita. Y el botellón me lo pone a huevo, porque si nos hemos ido trasladando no sólo es porque yo tenga culillo inquieto, sino porque cuando llegamos a un sitio todo siempre es ideal de la muerte, gente aburrida y trabajadora de la que no hace ruido; en fin, un coñazo, y de pronto, sistemáticamente, antes de los dos años se nos llena el portal de los simpáticos chicos del botellón, de los que no tienen alternativas, los pobres, porque si por ellos fuera estarían a las cuatro de la madrugada haciendo deportes de riesgo en los polideportivos, o en el Museo del Prado, que es que hay que joderse, no abre por la noche, con lo que a muchos de ellos les gustaría visitar tipo afterhours la exposición de La imagen de la mujer en Goya, y, sin embargo, no les queda más remedio que beber hasta la extenuación, pero no porque quieran, cuidado, sino porque la sociedad, jobar, es la pera. Bueno, pues ya digo, no sé cómo nos huelen estos muchachos, pero ayer, sábado, bajó mi santo a que mi perrito echara la meadilla nocturna y subió con la palidez de un muerto (superamante de Teruel) y me dijo: 'Ya están llegando, así empezó la otra vez'. Me asomé a la ventana, había sólo tres muchachas aparentemente inofensivas compartiendo una bebida en un ¡botellón! de Coca Cola. No es que seamos paranoicos, pero dado que los muchachillos nos van desplazando de casa en casa hacia la carretera de A Coruña, uno se plantea si no hay una conspiración para, en un plazo de diez años, habernos colocado en la frontera, en Biarritz. Bueno, yo me adapto. Biarritz no ha perdido su antiguo encanto: no hace falta ir allí para ver los últimos tangos, pero es el sitio más cercano donde una puede adquirir el Viagra femenino. Lo digo por verle el lado positivo (y porque mi ginecóloga me ha puesto al tanto).

Y ahora va Zapatero y dice, con ese carácter de Anna Magnani que está sacando, que va abrir un Ministerio para la Juventud. Qué guay. Zapatero, desde aquí te lo digo: si quieres abrirles un Ministerio, por favor te lo pido, ponlo al lado de tu casa o en una zona impracticable, como, por ejemplo, donde está Arco, o sea, a tomar por culo. A mí la plaza esa, desértica, en la que hay un cabezón mostrenco de Don Juan, me parece superapropiada para practicar botellón. No molestarían a nadie y encima, con sus alegres meadillas, convertirían aquel erial en un vergel. Pero vamos, todo esto no es porque yo esté en contra del botellón, no, no; yo he decidido estar a favor de todo. Voy a ser una firmadora de manifiestos compulsiva. Estar en contra no te compensa. Ni anímica ni económicamente. Ya le dije a mi director que debería tener un plus de peligrosidad por toda esa gente que me llama pija, frívola, golfa..., etcétera, pero el tío, nada, impertérrito. Me duele la boca de decírtelo: Ceberio, súbeme el sueldo. Si no me lo subes me voy a sentir como la Juani, la presunta amante de Jesulín, que encima de que se expone y queda como una cualquiera tiene el caché más bajo de todas las que salen. Me identifico con la Juani.

Y hablando de Arco: mi santo me quiso llevar en metro. Qué chiquillo, piensa que aún me puede cambiar y hacerme usuaria de los transportes colectivos. Menos mal que nos pasó a recoger Teresa Alberti, la supersobrina del poeta, que trabaja en la galería Almirante, porque si no a mí en Arco no me ven el pelo. Dice Rosina (Gómez Baeza) que la feria se les ha puesto perdida de visitantes, que habrá que subir la entrada el año que viene (cuesta sólo 5.000 pelas). Pues a ver si nos disuaden. A mí me encantaría. Y dice María (de Corral) que el coleccionista español no se compra project room. Perdónales, María, es que aquí estamos todavía en la horterada del cuadrito. Si yo no me compro un project room, María, es porque para project room la habitación de nuestros chiquillos los sábados por la mañana. Si el año que viene la buenaza de Teresa Alberti me contrata, le monto yo un project room que te cagas: le dejo a los cenutrios durmiendo una noche y por la mañana le tienen preparada una project room hiperradical. Con olor incorporado. Olé mi sangre. Me llevé un dibujito precioso de Marcelo Fuentes y salí de Arco avergonzada por no haberme comprado un project room. Pero es que mi santo me tiene dicho que si vuelvo a casa con un project room me deja en la calle. Con los del botellón. Claro que servidora, en vez de joven alternativa, parecería una tía borracha. La edad, que no perdona. Me voy dando cuenta de que me hago mayor en que a mis amigos le están empezando a operar de la próstata. Y conste que no lo digo por Rodríguez Rivero, que me tiene la próstata como un niño de pecho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_