'Con materiales antiguos se pueden decir cosas nuevas'
Emili Donato (Figueras, 1938) repite a lo largo de la conversación que es arquitecto gracias al empeño de su madre, quien se tuvo que contentar con estudiar historia y pintar. La evocación continua de la figura de sus padres (él catedrático de filosofía y ambos de procedencia modesta) denota un orgullo que no es precisamente el que suelen transmitir los arquitectos. Sólo eso ya descubriría a un personaje atípico, consciente de serlo, que es, sin embargo, un proyectista típico, un hombre casi de otro tiempo para el que lo importante en la arquitectura es el peso, la luz, el espacio y la profundidad. Lo demás, una circunstancia.
PREGUNTA. En el libro sobre dibujos de arquitectura (Poïesis/Ediciones del Serbal) que acaba de publicar, cierra la nota biográfica con un apunte inquietante: 'Tiende a mantenerse alejado de la endogamia cultural y social habituales en su medio profesional. Su obra también'. ¿Se considera marginal?
RESPUESTA. La endogamia es habitual en los grupos profesionales, pero en el de los arquitectos es exagerada. Los de Barcelona comen, veranean, hacen deporte, las mujeres son amigas o a veces cambian de pareja, todo entre arquitectos. Por un lado es natural, pero por otro, no deja de ser extraño el desinterés hacia otras personas o profesiones que nada tienen que ver con la arquitectura pero mucho con la vida.
P. ¿Cómo afecta eso a su arquitectura?
R. Ser huraño tiene un precio. Una sociedad paga muy bien a quien practica la endogamia y castiga a quien se opone a ella. 'Digo que eres el mejor y tú dices de mí que yo soy el mejor'. Ese compadreo me asfixia. El barcelonés siente la obligación de ser cosmopolita y de distanciarse del cliché de la idea de retraso que representa España (el '¡qué inventen ellos!'). Es sabido que España se quedó parada, sin Ilustración y que la Iglesia ahogó el desarrollo cultural, el liberalismo y la tolerancia, por eso Barcelona sufre complejo de inferioridad con respecto al mundo y complejo de superioridad con respecto al resto de España. Vive obsesionada con el vanguardismo, con estar a la última, y por eso sufre tanto.
P. ¿Todavía hoy?
R. Aquí se adora a Mies van de Rohe porque él representa la tecnología y nosotros tenemos complejo de atrasados. Sin embargo, en el Pabellón de Barcelona, donde quiso poner calidad, puso una piedra de Suráfrica tersa, casi un diamante. Al lado del vidrio nuevo puso una piedra de cuatro millones de años. No sé qué quería decir, ni me importa, pero ahí están los dos, con cualidades aparentemente análogas: la tersura, el brillo, los reflejos. Si de verdad les interesa Mies, fíjense bien, pero no pongan ni la piedra ni el vidrio en el altar.
P. ¿Cree que los arquitectos barceloneses mitifican la tecnología?
R. Es un problema de falta de salir de casa. Te puedes creer que Barcelona es el ombligo del mundo si piensas que la industria en España nació aquí. Pero vas al País Vasco y conoces otra realidad, o vas a un bar de Asturias y te sorprende el nivel intelectual de una sociedad cultural. El nacionalismo es muchas veces falta de miras, pero también lo es el pensar lo contrario, que lo de Nueva York es lo mejor. En Barcelona conviven esos dos complejos, y el deseo de estar a la última denota una gran debilidad, por lo menos para mí, que creo muy poco en el progreso.
P. ¿En qué progreso no cree?
R. Creo en el progreso tecnológico, pero no en el de los sentimientos humanos o en el del arte. En la arquitectura lo que de verdad importa es eterno: la luz, la transparencia, la profundidad. La tersura de las planchas de aluminio de un arquitecto suizo actual está ya en el mármol de un palacio hindú del siglo XVI.
P. ¿Le interesa más lo que ha existido siempre que lo nuevo?
R. Lo que llaman nuevo no es nuevo.
P. Hay materiales industriales.
R. Sí, pero lo que dan a la percepción del individuo no es nuevo.
P. También hay formas nuevas, deconstruidas, blandas.
R. Sí, hoy están de moda las formas líquidas. Hasta que uno dice: ¿por qué líquida? Mejor gaseosa. Y se ponen de moda las gaseosas. Todo esto denota una obsesión patológica que no conduce a nada: confundir que algo es bueno porque es nuevo. Importa un pito que los edificios sean gaseosos, líquidos o de tochos, lo importante es que sean buenos. Con un material antiguo se pueden decir cosas nuevas y con uno nuevo se pueden hacer tonterías.
P. Usted lleva toda la vida trabajando con ladrillo.
R. No he tenido la suerte de trabajar con presupuestos que me permitieran emplear otro material. Mis proyectos son muy económicos. No es una elección intelectual, se trata de trabajar con los medios disponibles sin salirse del presupuesto.
P. Se siente marginal, pero la mayoría de sus encargos son públicos.
R. Tiene razón. Sin embargo es sorprendente que en Francia me inviten a participar en todo tipo de concursos y que en mi ciudad no se me invite a colaborar en eventos tan importantes como los Juegos Olímpicos o el Foro de las culturas de 2004. Ya le digo, no participo de la endogamia y, por tanto, no estoy en el ajo.
P. Durante el franquismo fue cesado como profesor de la Escuela de Barcelona por ser del PSUC. ¿Cree que las ideas políticas se traducen en conceptos o lenguajes arquitectónicos?
R. En absoluto. ¿Qué ideología defienden las pirámides? ¿El Escorial es de izquierdas o de derechas? ¿Una ventana gótica de Hamburgo es monárquica o republicana? Sin embargo, el urbanismo sí está más cerca de las necesidades humanas, que son o no atendidas por el poder. Pero la derecha también aprende. Hoy, después de siglos de convivencia política (sólo años en España) y de tolerancia, los políticos de cualquier ideología ya saben qué parte de su programa deben destinar a satisfacer las necesidades reales de la inmensa mayoría.
P. ¿Sigue siendo comunista?
R. No, dejé el partido hace muchos años, pero creo que la gente de izquierdas que nunca ha estado en el poder conserva cierta virginidad. Sabemos que el poder corrompe, aunque Andreotti decía que lo que corrompe es no estar en el poder. Cualquier gobierno de Occidente da al ciudadano una importancia que antes no le daba; sin embargo, se están pervirtiendo ciertas necesidades humanas que hacen que en lugar de plazas, a la gente se nos den centros comerciales para pasar la tarde.
P. ¿La monumentalidad de su obra es una estrategia para comunicar el carácter público de sus edificios?
R. Todo arquitecto debería intentar que sus edificios fueran monumentos, que resultara un placer verlos. Yo quiero que mis edificios transciendan, que duren, que sirvan y que dejen huella en la mirada de las personas. Para eso hago edificios secos, duros, sin concesiones.
Arquitecto firme, dibujante romántico
HOY DÍA cuesta ponerse en la piel de un joven que se queda sin pasaporte durante 14 años. Cuando, con la llegada de la democracia, Emili Donato recobró el suyo fue como si el documento regresara con medio de transporte incluido. Salió a conocer muchas de las obras que había estudiado y las dibujó, a la manera antigua. Dibujar es, todavía hoy, una de sus pasiones, por eso comenzó Bellas Artes antes de decidirse por la arquitectura, por eso su aproximación a ésta es siempre a través del dibujo. De la misma manera que en un buen retrato no vemos sólo el rostro de una persona, sino también su manera de ser, los dibujos que a Donato le interesan son los que contienen las tachaduras del proyectista. En ellos se trasluce lo que hay detrás de un edificio, de dónde nacen las ideas. El libro Emili Donato, dibujos de arquitectura puede leerse así en clave biográfica. En él están recogidos los apuntes del viajero romántico que fue y los croquis del arquitecto firme que es. En el Instituto de Arboç, Tarragona, luchó por que le permitieran construir el gran vacío central que hoy se ha convertido en la catedral del pueblo. También la Escuela de Telecomunicaciones en Sant Just muestra cómo ideas sencillas (la tonalidad de un ladrillo o una sucesión de curvas en el plano de fachada) definen drásticamente el aspecto de un edificio. A. Z.
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