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Columna
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Soledades

A veces los refranes, las sentencias que resumen metafóricamente los verdaderos significados cumplen a la perfección su oficio y denotan que, por ejemplo, lo que ocurre en determinadas épocas es fruto de esa previsión. Al mes de febrero se alude con frecuencia como febrerillo loco, y parece que ese topónimo responde sólo a una climatología caprichosa. Puede que con el permiso del Calendario Zaragozano, la locura del mes siguiente a la cuesta de enero sea ahora mismo de una naturaleza menos meteorológica. Tan loco anda este febrero, que, apostado a los pies de mi columna mercurial, se me amontonan los temas, los retos, los estupores y las invitaciones a escribir sobre todo a la vez o de nada al tiempo, preso de la angustia que crece en la inopinada fugacidad de cada episodio, dato, declaración o efemérides y temeroso de resultar un duplicado de lo que escriben otros, o, simplemente, reiteración sin gracia de lo ya dicho. Perplejo ante la cosecha de argumentos que se despliegan frente al lector y fiel a la máxima siempre presente de escribir sobre 'lo que queda' más que sobre 'lo que acontece' (y cito a Unamuno) anoto con preocupación que, por ejemplo, no he recibido todavía contestación expresa de los candidatos a rector de la Universidad de Valencia sobre la conveniencia de redactar un código ético para mejorar la maltrecha convivencia entre profesores; que sólo algunas voces tímidas y reservadas me han reconocido que he puesto el dedo en la llaga en el tema del liderazgo en el BNV sin por ello hacerse eco de su propia opinión en público; que sí, que efectivamente alguien a quien aprecio mucho me alabó mi diagnóstico sobre el cierre autocomplaciente que Aznar ofició en el reciente congreso del PP a propósito del reparto horizontal de poder político en el Estado español; o, en fin, que da igual que me ocupara del contencioso violento que aqueja a Euskadi recordando que en el 97 ya estaba ahí la posición intransigente incapaz de encontrar salidas, porque queda poco espacio para soluciones valientes.

La sensación de que a pesar de escribir para acompañar a otros en sus preocupaciones, cada vez es más difícil recibir de ellos la confirmación de su aprobación, o su crítica, o algo de colaboración la he tenido intensamente en estas últimas semanas cuando he recibido anónimas comunicaciones asegurando compartir mis inquietudes en el tema universitario, en el vasco o en el del nacionalismo valenciano pero negándose a identificarse por miedo, a su partido o a su universidad.

La soledad del columnista, el autismo venial, o grave -si eres víctima de tus propios demonios y frustraciones-, la aventura de componer cada glosa, dicterio o narración vertidas en la parcela donde cultivas tus mercancías proféticas, justicieras, vindicativas o, simplemente, banales te vuelven solícito al anónimo encomiástico, y al crítico, incluso al descalificador, pero quien aspira a comunicar y a influir no soporta ni los silencios ni las conmiseraciones de los cínicos.

Atónito frente al febrerillo loco no caigo en la trampa de escribir precipitadamente sobre las reválidas que ya hice, la ley seca, la ofensiva gubernamental contra el supuesto autismo adolescente (Max Aub dijo en su tiempo que la adolescencia debía pasarse en la cárcel, y era progre y medio judío), el pañuelo de las niñas musulmanas, el ministerio para entendernos con los jóvenes, y, por si faltaba algo, la desatada polémica en contra y a favor del multiculturalismo. Demasiada locura para tan poco febrero.

Vicent.franch@eresmas.net

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