_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gripe

Su tasa de ataque es alta entre los escolares, hunde a los niños en un letargo atónito e instala en sus ojos un velo de humedad y de tristeza, vence a los adultos con la presión de una pesada mano sobre la frente y los atenaza con descargas de dolor que suben de los músculos a la garganta. Dicen que a inicios del siglo XVI el papa Benedicto XIV la atribuyó al influjo de las estrellas y por eso se conoce también como influenza. La gripe es una enfermedad de masas. Llena los hospitales de viejos y de pequeños, atesta las urgencias y modifica durante unos días los sentidos y la percepción de quienes la padecen. Entre los escalofríos de la fiebre, como Schopenhauer, uno ve de repente el mundo tal cual una representación, en clave pesimista, y se pregunta por qué el presidente de la Generalitat abraza niños pobres en lejanos confines de Colombia o El Salvador y no lo hace en su propio país. O por qué el consejero de Sanidad da palmaditas en la espalda a afectados de la hepatitis C o del síndrome Ardystil para no hacerles caso y que tengan que denunciarlo, desde la desesperación de quienes sufren un malestar instalado a cadena perpetua en sus organismos. O por qué los jueces pueden vivir tan panchos mientras enfermos crónicos, contagiados o contaminados esperan una década a que llegue a verse su caso en los tribunales. Nada es más importante que uno mismo, su tos, sus estornudos y su quebrantamiento general, cuando se siente mal y espera agazapado tras los analgésicos a que el ciclo natural del virus le libere de esa invalidez un tanto incómoda para el discurrir de la vida cotidiana. Mientras tanto, todo es relativo: las catástrofes, los acontecimientos deportivos, los compromisos sociales, los libros, las amistades, las tentaciones y las ambiciones. Incluso la capacidad de indignación sufre una crisis. Por ejemplo, el bla-bla-bla que llena los medios de comunicación, la escena de los partidos y las instituciones, se convierte en un zumbido bastante prescindible, como si la política que nos gobierna y que nos adoctrina sólo fuese una mutación más de la gripe que un día pasará.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_