Adams: por el amor de una mujer
Apenas produce noticias, pero es el 4º del mundo, y no por casualidad. El británico Michael Adams, de 30 años, fue un niño prodigio pero sus resultados no brillaron de verdad hasta que cambió la afición a la juerga por el amor de una mujer, Tara Macgowran. A Linares llegará con la vitola de hueso duro: tan improbable es que gane el torneo como que termine entre los últimos.
Nacido en Truro, un remoto municipio de la península de Cornualles, Adams es uno de los productos más brillantes de la explosión del ajedrez en Inglaterra a raíz de la iniciativa de un mecenas, James Slater, que ofreció 50.000 libras esterlinas de 1973 al primer británico que lograse el título de gran maestro; once años después, Inglaterra era la segunda potencia mundial.
Como tantos otros niños de su país, Adams se zambulló en la pasión del ajedrez, cuyas reglas aprendió a los 6 años, y pronto obtuvo resultados sobresalientes. La fama internacional no llegó hasta los 12, en 1984, cuando venció a Gari Kaspárov en una exhibición de partidas simultáneas con reloj. Sin embargo, y aunque ganó numerosos torneos juveniles, nunca consiguió un título mundial, ni europeo, en esa categoría. Pero su fuerza estaba más allá de cualquier duda: a los 17 era gran maestro y campeón británico absoluto; hasta ese momento, sólo Fischer y Kaspárov habían logrado tanto en tan poco tiempo.
A pesar de que aún no estaba entre los 200 mejores del mundo, el joven Michael optó por un movimiento de gran riesgo: abandonar sus estudios y convertirse en un ajedrecista profesional. Poco más tarde, Adams participó por primera vez en el ciclo del Campeonato del Mundo, aunque de forma harto original. Terminó el segundo en el torneo zonal de Blackpool (1990), pero empatado a puntos con Hodgson y Suba; como el reglamento no era preciso en cuanto a los desempates y sólo se clasificaban los dos primeros para el interzonal, se optó por un sorteo entre los tres. Cada uno eligió un número, y los tres acudieron a continuación a un bingo cercano; el primero de los tres números en salir del bombo sería el agraciado. Salió el 9, que era el de Adams.
¿Por qué había elegido el 9? "Es el número de jarras de cerveza que me tomé ayer", explicó Adams al día siguiente. Ciertamente, el alcohol y la juerga ocupaban un lugar importante en su vida. Nadie dudaba de su gran talento, pero los resultados eran muy irregulares: sólo ganó torneos de segunda fila durante los tres años siguientes, si se exceptúan los de Terrassa (Barcelona, 1991) y Tilburg (Holanda, 1992).
El cambio se inició en 1993. Su carrera empezó a ir claramente mejor cuando cambió de novia y decidió vivir con Tara. Adams entró por fin en el club de los diez primeros del mundo, y su presencia comenzó a ser muy apreciada por los organizadores de torneos de élite. Entre otros éxitos, logró un meritorio tercer puesto en el fortísimo torneo de Dos Hermanas de 1995, empatado con el vencedor, Kaspárov, y con Gata Kamski; llegó hasta la final de candidatos de 1997 en Groningen, donde Anand sufrió para vencerle en la muerte súbita; y consiguió el mayor éxito de su carrera hasta ese momento cuando triunfó invicto en Dos Hermanas en 1999. Echó raíces en la élite, y se ha quedado en ella.
Tras recibir el primer premio en Dos Hermanas, Adams se sinceró: "Sí, había demasiada juerga mezclada con mi carrera. Un día me puse a analizar mi vida, y fue cuando decidí que tenía que ser más serio. Ahora, con Tara, trabajo mucho en casa. Llevamos cinco años viviendo en Londres y mi vida es tranquila y sencilla. Se han acabado los altibajos. Ella me da seguridad. Además, después de cada partida nos olvidamos del ajedrez, porque ella no entiende nada; eso contribuye a mi equilibrio psicológico. Realmente, me siento un hombre afortunado por haberla conocido".
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