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Crítica:ÓPERA | 'FALSTAFF'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En la penumbra

Después de tocar la gloria con Pelléas et Mélisande, el Teatro Real volvió a la dura realidad con el último Verdi, dejando pasar una oportunidad de oro para demostrar que lo de Debussy no fue un espejismo. Se contaba además, con la producción de La Scala de 1980, con escenografía de Frigerio, figurines de Squarciapino e ideas de Strehler. Todo un clásico, que teatralmente no acabó de cuajar en la dirección de actores, por más que los movimientos y multitud de detalles estuvieran bien aprendidos por los cantantes. El humanismo que caracterizaba al teatro de Strehler no salía a flote pese a los intentos de la realizadora, y así la representación transcurría con cierta distancia, sin que la vida le ganase en ningún momento la partida a la ficción. Y esto en Falstaff es un lastre que la ambientación escénica, con una atractiva luz en penumbra, no conseguía romper.

Falstaff

De Verdi. Director musical: F. Chaslin. Dirección de escena: G. Strehler, realizada por M. Bianchi. Escenografía. E. Frigerio. Figurines: F. Squarciapino. Con A. Maestri, M. Lanza, C. Cosías, W. Ablinger-Sperrhacke, S. Sánchez-Jericó, M. Luperi, V. Villarroel, E. Norberg-Schulz, M. Pentcheva y P. Petrova. Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real, Madrid, 14 de febrero 2002.

Falstaff es una ópera que requiere una integración perfecta de los diferentes elementos musicales y teatrales puestos en juego. Exige, además, una batuta de primera línea para poner orden, ligereza, vitalidad, brío y sutileza a toda su carpintería. No la hubo en esta ocasión y la orquesta sonó ruda, vulgar, de trazo grueso, como consecuencia de una dirección sin ninguna chispa, con frecuentes desajustes, ritmos en exceso morosos y algún que otro detalle de grandilocuencia. Mala cosa en una ópera rebosante de alegría de vivir.

La prestación musical del personaje que da título a la obra fue más que notable; no tanto la construcción teatral. Maestri tiene una voz atractiva y frasea con gusto. El resto del reparto vocal se movió en un discreto encanto de la corrección, algo que, en términos generales, se puede aplicar a toda la representación. Un título tan absolutamente magistral como Falstaff habría merecido algo más. En cualquier caso, la maravilla de la música acabó por imponerse. Los cambios de escena fueron lentísimos y la función transcurrió a un ritmo cansino, a medio gas, sin nervio. Así la comicidad se manifestó con cuentagotas y el excepticismo burlón de una filosofía de la vida, que llena todas las esquinas de esta obra, se quedó en un apunte excesivamente rígido. No era necesario preguntarse dónde comienza la vidad y dónde acaba el teatro. Las convenciones y los desequilibrios ahogaron los latidos de sabiduría de una de las óperas más geniales de la historia.

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