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SAQUE DE ESQUINA | La jornada de Liga | FÚTBOL
Columna
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Epitafio para Grosso

Fernando Serena centra desde el ángulo derecho del Fondo Norte del estadio Bernabéu. Pirri, que llega por el Callejón del 8, amaga la salida hacia el punto de penalti y, en el último momento, gira hacia el primer palo; a su izquierda, en un acto reflejo, Ramón Grosso se descuelga de la maraña de centrocampistas y arranca hacia el segundo.

En la portería, bajo la línea del larguero, Peter Kouba se hace una rápida composición de lugar: el frente de la maniobra es muy amplio, así que será mejor aplicar las primeras reglas del manual; es decir, actuar con prudencia, vigilar la simetría y esperar acontecimientos. En una rápida secuencia, suelta las piernas, abre el compás, marca las dos diagonales de las escuadras con el extremo de las manoplas y aguanta en la posición de la araña por si hay que saltar. El balón, muy tocado, tira una curva descendente, le arranca a Pirri la mitad del flequillo y pasa de largo.

Los hechos sucedían en 1964, el año en que Amancio, Velázquez y compañía habían acreditado al Madrid Ye-Ye. Ahora, en los cuartos de final de la Copa de Europa, recibían al peligroso Dukla de Praga, una fábrica de tiralíneas que dirigía el exquisito Josef Masopust, jefe de Pluskal, Populhar y compañía y último Balón de Oro fundido en las factorías del Este.

En el silencio de la Guerra Fría, el estilo de aquellos maestros industriales era la alegoría de una jornada laboral: todos conocían bien su oficio, todos participaban en el reparto de tareas y todos, en fin, compartían el trabajo en un intento de reivindicar el fútbol como experiencia colectiva. Estaban, sin duda, entre los grandes favoritos de la crítica, pero en aquel minuto interminable se encontraron con una peña de amigos cuya primera figura, Amancio Amaro Varela, era, a sus 25 años, una pantera disfrazada de liebre.

Ese día, Amancio pintó dos goles en blanco y negro, y un tercero a todo color, y Serena había alcanzado el banderín de córner derecho, se perfilaba para el toque con el interior del pie y metía un balón esquinado que entraba en el área silbando como un platillo volante.

Salta Pirri en el primer palo y se deja la mitad del flequillo en las costuras; Kouba aguanta encogido como una viuda negra; Grosso se lanza en plancha por el segundo palo y hace un extraño giro ascendente con la cabeza al que obedece la pelota como un globo obedece a una racha de viento: se elevó lentamente y lentamente cayó por detrás de la cadera de Kouba.

Luego, un año y pico más tarde, el Madrid liquidó al Inter y al Partizán y ganó su sexta Copa de Europa.

La mitad de todos los kilómetros que tuvo que recorrer hasta conseguirla los hizo Ramón. Aunque sólo sea por tanta fatiga, descanse en paz.

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