El lugar de Cortázar
Nos acercamos ya al vigésimo aniversario de la muerte de Julio Cortázar, que tuvo lugar en París en febrero de 1984, y seguimos todavía sin haber podido encontrar su preciso lugar en el decurso de la historia de las letras hispánicas de nuestro tiempo. Sabemos, desde luego, que fue uno de los más grandes por el impacto que su obra dejó entre nosotros mientras vivió, también que fue en buena medida un ídolo para las generaciones de su tiempo, que causó furor sobre todo entre los más jóvenes, pero al mismo tiempo vemos hoy que las esperanzas que entonces despertó no parecen haberse confirmado del todo. Se siguen publicando muchos de sus libros, desde luego, aparecen otros sobre su vida y su obra, se persiguen sus inéditos, se exhuman todavía sus cartas y papeles, pero el aura de renovación que trajo consigo se inscribe en un horizonte más legendario que real, pues las preocupaciones del mercado y de nuestros más jóvenes escritores ya no recorren los mismos caminos que él nos enseñó. El primer decenio de su fallecimiento se celebró menos en su propio país que en el nuestro, a pesar de que Argentina está cada vez más hundida en una gigantesca crisis contra la que con su propia vida y obra luchó el escritor hasta su muerte, combate en el que además gozó de una serie de amigos, herederos y propagandistas de primera magnitud; pero es que hoy las preocupaciones parecen ir por otros lados, y los problemas del arte, la cultura y el conocimiento se desvanecen ante el holocausto u ordalía de las propiedades privadas y el sonido de las inclementes caceroladas que aplastan toda posibilidad de pensar. Quizá repensar hoy la figura y obra de Julio Cortázar pueda servirnos de algo para conocer mejor las razones de lo que nos está pasando y así poder enfrentarse al futuro con mayores garantías de realidad.
JULIO CORTÁZAR
Miguel Herráez Institució Alfons El Magnànim Valencia, 2001 304 páginas. 15 euros
A finales del año recién pasa
do se publicaba en Valencia esta minuciosa y bienintencionada biografía del escritor, mejor preparada que escrita por el profesor Miguel Herráez, especialista en temas valencianos y el mismo que poco antes intentaba explicar a Eduardo Mendoza desde los abismos de la posmodernidad. Poco antes también, en la colección Vidas Literarias, que Nuria Amat dirige para Ediciones Omega, la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, que fue buena amiga de Cortázar, publicó una excelente semblanza-ensayo sobre él, seguida de una buena y breve selección antológica de sus textos. Aunque el intento de Herráez, por su parte, sin estar exento de algunas descripciones ensayísticas, está mucho más volcado hacia lo biográfico y de ahí su interés específico, sobre todo en lo que se refiere a los años 'ocultos' de formación del escritor, los de su niñez y juventud rodeado de mujeres (su padre les había abandonado) en el caserón familiar de Bánfield, o los de su etapa como maestro y profesor en territorios argentinos del interior, aunque haya que constar que Cortázar, dentro de la discreción que dominó su vida privada, nunca ocultó nada, pues fue siempre la transparencia total.
Fue un escritor tardío que nació entre el formalismo poético (Presencia) y el esteticismo individualista (Los reyes) que escribió mucho y desechó más, encontrando en lo fantástico el origen de su propio vanguardismo, donde inscribió su experimentalismo surrealista que le arrojaría bien pertrechado al mundo literario cosmopolita e internacional, anclándose allí fuertemente hacia un existencialismo radical (El perseguidor) que le conduciría a la rebelión política final, que dio sentido a su vida entera hasta poniendo en riesgo su propia entidad literaria. Puso primero todo en juego por la literatura, y después por la política y la justicia social, hasta el punto de que, vista en su conjunto, toda su existencia fue una especie de holocausto personal y total de una fidelidad a sí mismo bastante increíble. Frente a quienes le prefieren como magistral autor de cuentos y relatos breves, quisiera recordar que también su esencial dispersión da razón de él de manera más completa, y que sus cumbres artísticas son su triunfal Rayuela y su incomprendida 62. Modelo para armar, pues entre ambas configuran una trayectoria que todavía permanece abierta. Entre sus 30 libros, por desiguales que los veamos, no hay un sólo desperdicio. Es la cumbre de lo que más rechaza el mercado actual, nuestra vanguardia, pero a su través circula lo más vivo de nuestras letras, pues fue quien mejor y más caóticamente ordenó el caos en el que estamos sumidos.
Curioso personaje que parecía un mutante por su elevada estatura, su rostro barbilampiño e infantil que pobló de una barba tan frondosa como deliberada, manos como aspas de molino, piernas inverosímilmente dobladas pues no sabían dónde meterse, enormes y saltones ojos glaucos de batracio muy separados entre sí, era la ternura andante que iba de trampa en trampa, cayendo en todas porque le daba la gana, para salir indemne de todas sus cenizas una y otra vez. Y recuerden, hay que tomarlo entero, sin agitarlo demasiado y a ser posible de un solo trago y de una vez, pues hacerlo a pequeñas dosis nos lo desvirtuaría para siempre. Conviene recordarlo pues sólo así surtirá los debidos efectos y no hay que andar con demasiadas contemplaciones o pequeñas vacunas para todas estas gripes que así nunca se curarán del todo y tan inclementemente se van repitiendo todos los años hasta la exasperación a la que estamos condenados sin parar. Qué le vamos a hacer, cuánto le necesitamos, cuánto le echamos en falta, en fin, cómo queremos tanto a Julio...
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