Las aventuras de un grumete portuense
Historia de un andaluz que se alió a los indígenas en la América del siglo XVI
Posiblemente la palabra barbacoa derive de la voz caribe 'barbicot', que designaba la parrilla utilizada para asar carne humana. Para una barbacoa -en este sentido- habría sido el primer aporte alimentario andaluz al Río de la Plata. Ya que su descubridor para Occidente -el capitán Juan Díaz de Solís- acabó sus días como alimento de los indígenas. Los que consiguieron sobrevivir porque no habían desembarcado narraron que 'los indios, que tenían emboscados muchos arqueros, vieron a los castellanos algo desviados de la mar, dieron en ellos, y rodeándolos, los mataron, sin que aprovechase el socorro de la artillería de la carabela, y tomando a cuestas los muertos, y apartándolos de la ribera hasta donde los del navío los podían ver, cortando las cabezas, brazos, y pies, asaron los cuerpos enteros, y se los comían'.
Algunos autores sostienen que en determinadas circunstancias de su evolución, todos los pueblos han practicado el canibalismo, movidos por los beneficios materiales de esa práctica. La antropofagia habría desaparecido cuando las sociedades comenzaron a estructurarse como estados, porque a partir de entonces, la productividad de un esclavo comenzó a ser mayor que el valor de su cuerpo, tomado como fuente de proteínas animales.
En 1527 una armada castellana arrió al Plata y encontró un sobreviviente a la emboscada que había costado la vida a Solís. Se llamaba Francisco, había nacido en El Puerto de Santa María y se había embarcado como grumete, lo que induce a pensar que al momento de caer prisionero de los indígenas debía tener alrededor de 15 años. Luego de pasar una década sin escuchar su lengua natal, Francisco se incorporó a esa armada -la de Gaboto- como hombre libre, sin que haya quedado noticia de las circunstancias en las que sobrevivió. Su conocimiento del terreno, las relaciones con los indígenas y el conocimiento del idioma lo convirtieron en guía e intérprete de esa expedición castellana, que se caracterizó por elevados niveles de crueldad y mezquindad.
Durante unos meses participó de los trabajos de descubrimiento de los europeos, hasta que un día, en circunstancias misteriosas, se alió con los indígenas. Unido a ellos tendió una celada -tal como la que él había padecido 10 años atrás- a un grupo de castellanos. Con ese acto abandonó para siempre el mundo que había sido suyo hasta la adolescencia.
Contemporáneo de las guerras religiosas que desangraron la Europa del siglo XVI, Montaigne, en su Ensayo sobre el canibalismo, se preguntó sobre las ventajas de la civilización a la que pertenecía. Comparó las refinadas torturas practicadas, y las muy numerosas hogueras que ardían en nombre de Cristo, con los rituales de antropofagia de algunos grupos indígenas del recién descubierto Nuevo Mundo.
El grumete Francisco de El Puerto de Santa María no era un intelectual. No obstante, por razones que nunca conoceremos, renunció a la cultura en la que había nacido para optar por la de los indígenas del Plata. Este portuense parece representar distintos aspectos de la voluntad de entender a los otros. Voluntad que a veces parece estar más presente en esos individuos de hace medio milenio, que en nuestro mundo cuando se refiere a las creencias del otro. Un buen ejemplo es mucho de lo que se publica sobre esta nueva suerte de frontera que tiende a generarse en torno al islam.
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