Uso de menores

Hay en esta obra de la norteamericana Paula Vogel, Premio Pulitzer de 1998, más de una nota de interés. No sólo el asunto central del texto, que es la sistemática seducción de una niña a manos de su tío, sino también apuntes diversos sobre la estructura familiar y sus potenciales efectos dañinos, la insatisfacción femenina y una mirada de mujer que no necesita ser feminista militante para hacer la crónica de sus humillaciones. Y eso lo hace mediante un hábil juego con el tiempo, que lo mismo va hacia delante que retrocede, según conviene a un relato -tal vez demasiado hablado- que tiene a la protagonista de la historia como hilo conductor. Ella recuerda, cuenta, rememora, se anticipa o se retarda, y las escenas se construyen a partir de esa capacidad de relativizar lo temporal a favor de la sustancia de la historia, que es la de un acoso amable pero resuelto que se plantea aquí sin más estridencias que las necesarias y sin otro morbo que el añadido por el espectador.

La composición de la obra es más interesante que su puesta en escena, donde a veces se pierde ese juego entre los sucesos y la intemporalidad del deseo, con una Amparo Larrañaga convincente en su papel de víctima ambigua y de narradora intermitente de su propia historia, un Chete Lera que nunca ha sido ineficaz sobre el escenario, y una abuela que compone con mucha gracia Vicky Lagos. La protagonista casi absoluta es Amparo Larrañaga, ya que por algo es su personaje el que cuenta cómo aprendió a conducirse con la ayuda de un pariente mayor y algo descolocado, y atiende con soltura a esa diseminación de apuntes diversos que el texto va planteando a medida que desarrolla una estrategia a veces trivializada por su puesta en escena. Un trabajo interesante, que sugiere más cosas de las que se ven en escena.