El estigma del caso Alcàsser
El caso de desapariciones por excelencia es, por su impacto, el de Alcàsser. En noviembre hará diez años de la desaparición de las tres víctimas: Míriam, Toñi y Desirée. Todo explotó en la era de los reality shows y de la televisión de 'tono humano', y puso de moda los programas sobre desaparecidos. También provocó una colectivización emocional de la sociedad española con este tipo de tragedias, y que algunos jóvenes desaparecieran sólo para salir luego en televisión. Se pensó que todas las desapariciones implicaban secuestro, y se olvidó que muchas desaparecidos se van de casa por diferencias paternas, o que algunos acaban engrosando las filas de una mendicidad itinerante que busca esencialmente las zonas de buen clima. Sirvió, no obstante, para que se tomaran algunas medidas policiales, como la impulsada por el Ministerio de Interior para investigar de inmediato la desaparición de menores, y no a las 48 horas, como era habitual.
Pero a medida que el caso Alcàsser se convirtió en una historia de terror y paranoia, la sangre fue sustituyendo en los programas televisivos de sucesos a los casos de desaparecidos. Hasta que, de hecho, un programa de tanto éxito como fue Quién sabe dónde, tuvo que esfumarse de TVE. 'El cansancio mediático tuvo que ver con la instrumentalización de la audiencia que llevan a cabo algunos medios', opina Josep P. Gil, psicólogo municipal de Alcàsser, que en su momento atendió a los familiares de las víctimas del triple crimen. Gil acudió a un programa debate de Canal 9, en el que participaba Fernando García, padre de una de las adolescentes asesinadas. 'Les dije que no me parecía procedente su intervención, porque estaba demasiado implicado emocionalmente; pero me contestaron que cada vez que él aparecía, subía la audiencia', recuerda. 'Hubo un boom', opina el psicólogo, 'y luego los medios se dedicaron a otra cosa'. Y los espectadores televisivos y los investigadores policiales asumieron los casos de desaparición con mucha menos psicosis.
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