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Reportaje:HOYO CERRADO | EXCURSIONES

Cuando los hielos dominaban la sierra

Este solitario circo glaciar se halla oculto a 2.000 metros junto a la cima de Peñacabra, en Alameda del Valle

A finales del siglo XIX, los geólogos que había en Madrid, excitados por las novedosas teorías del físico inglés John Tyndall sobre la formación de los glaciares alpinos, se imaginaban lenguas gigantes de hielo deslizándose por los valles prehistóricos del Guadarrarna y -lo que es la fe- veían nítidas señales de morrenas hasta en El Atazar. Era la época en que el geólogo José Macpherson exploraba entusiasmado la sierra con un práctico pastor que le decía: 'Don José, ¿cómo se asombra usted tanto de eso si eso no da na?

Pronto se vio que eran fantasías: en 1894, el alemán Albrecht Penck demostró que el k1ima en Spanien no fue nunca como para haber grandes glaciares, pero con el mismo entusiasmo los discípu-los de Macpherson Quiroga y Calderón -y luego los discípulos de éste Hernández Pacheco, Carandell y Fernández Navarro- siguieron explorando hasta descubrir, ahora más cerca de las cumbres, una docena larga de hoyos glaciares, todos ellos formados hace 50.000 años, en el periodo würm, cuando el avance de los hielos dejó Europa como un catálogo de productos congelados. Esos hoyos estaban casi todos situados en la cara sur de las cimas que se suceden desde el puerto de Cotos hasta el de Navafría, como palcos soleados sobre el valle del Lozoya.

La pista de tierra sube zigzagueando entre robledales y praderas con vistas de cine

Algún práctico lector no verá qué importancia tiene si hubo o no glaciares en la sierra, y menos durante el periodo gur o como se diga. Está en su derecho, como el pastor.

Para no quedarse frío, ese lector debería pensar en la laguna Grande de Peñalara, que es la joya más valiosa de Madrid y está engastada en un cáliz de roca labrado por el hielo. O en Hoyo Cerrado, donde no hay laguna, pero sí blandas turberas donde un regato culebrea y el azafrán serrano brota con el primo sol de febrero bajo la arqueada ceja de nieve de Peñacabra, sorprendida por el madrugador deshielo. Y así es como el glaciarismo, que a primera vista es uno de los asuntos más áridos imaginables, se torna pura poesía.

A diferencia de la laguna Grande, cuya fama casi le cuesta la existencia -de hecho, lleva seis años acordonada para impedir que el gentío arrase el cervunal de sus orillas-, Hoyo Cerrado está lejos de los hombres -a cuatro horas de Alameda del Valle, que son como cuatro años luz para el dominguero con mochililla del General Bicoca-. En su día hubo un proyecto de la Consejería de Medio Ambiente para señalizar la ruta, pero en Alameda son pastores de vacas, no de bípedos errantes, y lo vetaron. Mejor. Más aventura y más soledad.

Dicha ruta sigue la pista de tierra que sale de Alameda hacia el norte -por la derecha de la carretera M-604, suponiendo que venimos de Lozoya-, cruza el arroyo de la Saúca, rebasa un par de granjas y asciende zigzagueando entre hermosos robledales y praderas con vistas de cine del valle del Lozoya, allá arriba recortándose majestuosa la silueta de Peñalara, obra maestra del hielo.

A los seis kilómetros -o unas dos horas de andar-, la pista muere en el verde raso del Palancosillo, desde donde, mirando al norte, se ven ya los riscos que arropan Hoyo Cerrado y que forman la cabecera del vallejo por el que se escurre, a mano izquierda, el arroyo del mismo nombre.

A partir de aquí hay que seguir la senda ascendente que arranca por encima de una chocilla y un abrevadero, se cuela entre los matorrales y sólo pierde una pizca de altura para cruzar el arroyo de Varcialengua, el cual corre perpendicular a la dirección de marcha. Luego debe treparse con mayor decisión hacia la derecha, por veredas de ganado, buscando el roquedo que aflora en lo alto de la loma. Una de esas rocas, un gran bolo ovoidal, es la señal de que hay que doblar a la izquierda para, a la vera ya del arroyo, subir por los escalones herbosos que vaticinan la soledad de Hoyo Cerrado.

El silencio es de caja fuerte. Sólo se oye el goteo de los carámbanos y el kya del águila real. Así debía de ser cuando los hielos dominaban la sierra. Muy lejos, como en otro planeta, relumbra la Najarra.

Experiencia, mapa y buena forma

- Dónde. Alameda del Valle dista 91 kilómetros de Madrid yendo por la autovía del Norte (N-I) y desviándose nada más pasar Lozoyuela por la M-604 (hacia Lozoya y Rascafría). Unos metros antes del kilómetro 22 sale a la derecha la pista de tierra que hay que seguir a pie. Hay autobuses a Alameda (Continental Auto, tel. 91 314 57 55), que salen del intercambiador de la plaza de Castilla. - Cuándo. Marcha de seis a siete horas de duración (20 kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino), con un desnivel acumulado de 900 metros (Alameda, 1.100 metros; Hoyo Cerrado, 2.000) y una dificultad alta, sólo recomendable en días claros y para excursionistas experimentados, en forma y con un buen mapa de la zona. - Quién. La Consejería de Medio Ambiente tiene un centro de información cerca de Alameda, frente al monasterio de El Paular (Ctra. M-604, km. 27,600; tel. 91 869 11 49), para cualquier duda. La Casa del Parque Puente del Perdón, que así se llama, abre de 10.00 a 18.00 todos los días. - Y qué más. Cartografía imprescindible: hojas 18-19 y 19-19 del Servicio Geográfico del Ejército, o el mapa excursionista Sierra Norte, de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; tel. 91 534 32 57).

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