La expedición del crisantemo
El parque Carlos de Mesa, donde aún pervive una residual lonja callejera, recuerda una misión japonesa del XVII
Muchos años antes de que Manuel Castellano Martín se emplease como cobrador de la barcaza María Isabe (sic), con la que surca el Guadalquivir hasta 30 veces al día, una expedición nipona surcó las mismas aguas en su camino hacia la corte del rey Felipe III. Al frente de una misión oficial en la que participaban 180 hombres, el samurai Hasekura Tsunenaga partió el 28 de octubre de 1613 desde Sendai, una ciudad del norte de Japón, con el encargo de abrir rutas comerciales con España.
Su travesía tuvo poco que ver con las que realiza a diario Manuel Castellano. Entre la partida de la costa nipona y el desembarco en Coria del Río consumieron un año y numerosas bajas. Apenas una treintena de marineros japoneses disfrutaron de la calurosa bienvenida de los andaluces el 12 de octubre de 1614. Fuera por la cariñosa bienvenida, fuera por la crudeza de la travesía de vuelta, lo cierto es que al menos una decena de japoneses renunció a zarpar de regreso a su tierra natal.
Casi cuatro siglos después la guía telefónica sigue dando fe del resultado de aquella expedición de hijos del imperio del sol naciente. El apellido Japón encabeza casi un centenar de residentes, herederos de los samurai de Sendai que se negaron a emprender el retorno. Y para despejar las últimas dudas no hay más que pasear por el parque Carlos de Mesa, junto a la ribera del Guadalquivir: un samurai otea el río desde un pedestal. Es el mismo Hasekura Tsunenaga, atrincherado tras doble espada, que recreó el escultor Churyo Sato por encargo de la prefectura de Miyagi, que decidió obsequiar a la localidad sevillana por la que se habían esparcido algunas semillas del crisantemo.
Junto al samurai esculpido, en el parque Carlos de Mesa conviven acacias, moreras, granados, jacarandas y palmeras, entre otras. El jardinero Rafael lleva 16 años mimando árboles y plantas como el trompetero, que florecen a ritmo de trompeta invertida de color amarillo. En Coria del Río urbanizaron un largo tramo en paralelo al río al que denominan en un alarde ambicioso paseo fluvial. El verdadero punto de encuentro entre la población y el río es el parque, que termina junto al embarcadero desde el que zarpan cada dos por tres las barcazas que unen las dos riberas.
El origen del parque es una lección de historia ambiental un tanto sorprendente para quienes creen que el día del árbol y demás efemérides son inventos del ecologismo. En 1916 se organizó en el municipio una 'festividad del árbol' que culminó en la plantación de centenares de palmeras, entre otras especies, en la franja del prado de la Soledad, cercana al río. La iniciativa, a la postre, acabó generando un conflicto competencial -por lo visto tampoco es nada nuevo- entre el municipio y el Estado, que acusaba al ayuntamiento de haber usurpado un terreno de su propiedad.
Aunque los gestores municipales no lograron tomar posesión oficial de la zona hasta 1928, siguieron ampliando y mejorando el paseo como área de recreo. El alcalde Carlos de Mesa, que luego daría nombre al espacio, promovió en 1924 otra fiesta del árbol que incluía una pionera iniciativa de educación ambiental: los escolares sembraron acacias y se comprometían a adoptar un ejemplar y cuidar de él.
La celebración de jornadas sucesivas permitió ensanchar y mejorar el parque, donde se construyó una biblioteca y se creó un vivero de moreras con más de mil ejemplares, cuyas hojas se utilizaban para criar gusanos de seda. De esa actividad no queda huella, como también cada vez son menores los rastros del pasado pesquero de Coria del Río. Sobreviven algunos históricos como Francisco Novo Díaz, de 72 años, que sigue saliendo a buscar barbos, carpas y albures que luego vende junto al embarcadero.
Apenas quedan una decena de puestos, una muestra casi anecdótica de la oferta que llegó a concentrarse en los años cuarenta. 'Pero aquellas eran malas épocas, de jambre, las buenas son ahora que tenemos para comer todos', recuerda el pescador. 'Entonces íbamos descalzos, con un camisoncito volando', agrega. Lo único que añora Francisco Novo son especies como el esturión o el sábalo, que se han extinguido casi al tiempo que los pescadores, que apenas superan ya la docena en todo el pueblo.
El reino del albur
- Dónde: Coria del Río, en la margen derecha del Guadalquivir, está a unos 12 kilómetros de Sevilla. La localidad está dividida por el río, aunque la mayoría de la población (alrededor de 23.000 habitantes) se asienta en la ribera derecha. - Cuándo: Un reclamo especial puede ser la fiesta del albur, que se celebra a comienzos de mayo en el parque Carlos de Mesa. En esa jornada se reparten alrededor de 1.000 kilos de albures, una de las especies que se pescan en la zona. Algunos domingos el parque sirve de punto de encuentro de pintores locales que muestran sus creaciones. - Alrededores: En el pueblo se pueden visitar la iglesia mudéjar de Nuestra Señora de la Estrella, con una capilla mayor gótica, y la ermita de la Vera-Cruz, con torre del siglo XVIII. Además existen restos arqueológicos interesantes en el cerro de San Juan y, en la margen izquierda del río, la torre árabe de los Herberos. La tinajería fue una actividad artesana que gozó de gran protagonismo desde la época romana, aunque es una actividad extinguida desde el siglo XIV. Destacan, entre las propuestas gastronómicas, las autóctonas como el albur a la lata, el sopeao o la caldereta de huevas de sábalo. - Y qué más: El Ayuntamiento de Coria del Río tiene una página web con información sobre el municipio (www.ayto-coriadelrio.es).
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