Alienaciones
En los 60 y a partir, sobre todo, de Mayo del 68, los universitarios que quisieran ser considerados progres cabales debían de abstenerse de manifestar en público, entre otras cosas, su posible afición al fútbol y sus también posibles creencias religiosas: hablar de fútbol y practicar la religión estaba proscrito en el manual del universitario políticamente correcto. Los que se atrevían a hacerlo eran tildados de 'alienados', cuando no de 'reaccionarios' por los mandarines de turno. Más tarde la situación se suavizó y ahora es normal que un incorruptible joven de entonces, cincuentón hoy, hable de fútbol, lo vea por televisión e incluso acuda al estadio. La religión no ha logrado el éxito del deporte rey, pero al menos no se anatemiza a quien se atreve a manifestar su adhesión a la religión cristiana, aunque ello le acarree en muchas ocasiones risitas y ácidos comentarios.
No obstante, muchos de los citados cincuentones, sin ser creyentes, visitan, a veces compulsivamente, las catedrales e iglesias, convertidos en avezados conocedores tanto de estilos arquitectónicos como de simbología e historia cristianas. Saben que no pueden renunciar a 20 siglos de cultura religiosa por una ridícula impostura de moda. Con este comentario quiero referirme a la columna de Xabier Zabaltza del 23 de enero, quien no duda en comparar el hartazgo que le produce la amplísima atención que se dispensa al fútbol con la actitud de los cristianos, a quienes tolera -generoso él- que posean su moral, creencia y costumbres, pero no que le den 'la brasa' con ellas (¿quién se la da?). En fin, viejos resabios de tiempos de la dictadura, presentados, como entonces, bajo el envoltorio de lo progre, pero reveladores, a mi juicio, de una mentalidad intolerante y cateta, que va siendo hora de superar.
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