Campamento
Un sábado por la tarde, arrancando la noche, las tiendas comienzan a echar sus cierres y los matrimonios regresan a sus refugios con las bolsas de Adolfo Domínguez, Cortefiel, Springfield, Zara... Es febrero de rebajas. La ciudad adquiere un sonido y una visión especial, sin furgonetas aparcadas en las aceras, sin prisas, sin el agobio de todos los días. El sábado por la tarde, a pesar de las casas en la playa, a pesar de la televisión, sigue siendo un día especial, un momento de nuestras vidas dedicado a lo extraordinario.
Recorremos las calles de una ciudad que horas antes ha asistido a la lucha feroz entre jóvenes felices que beben en la calle y mangueras a presión que pretenden desalojarlos. Mañana será otro día, otra batalla. Visitamos una exposición de testimonios gráficos de mujeres afganas; por un momento, ante el fotógrafo, han dejado la oscuridad del burka. Son profesoras enseñando a leer a niños afganos en domicilios particulares. Se esconden de los talibanes. En la exposición organizada por la Asamblea de Cooperación por la Paz, Cristina Hoyos nos pide nuestra colaboración para ayudar a HAWKA, una entidad en defensa de la mujer afgana. Cerca queda el Patio de Banderas y los turistas llegados en el Ave admiran la majestuosa torre iluminada.
Llegamos a la plaza principal. Delante de nosotros se abre un mar de tiendas de campaña. Dentro, habitan virtualmente niños refugiados de Kosovo. Viven bajo lonas, conviven en camastros y se reparten el agua de los bidones. ACNUR, la oficina de los refugiados, ha montado una exposición realista sobre la vida de más de 13 millones de personas que hoy día no disponen de casa al haber tenido que abandonar sus lugares por la guerra. De una pantalla de televisión surgen las caras y voces de niños kosovares y serbios criticando a los mayores: ellos son los que han hecho la guerra. La ciudad, por un momento, me ha recordado que en Porto Alegre están reunidas todas las voces críticas del mundo, aquellas que combaten contra talibanes y contra fundamentalistas del dinero, contra todas las violaciones de derechos. La ciudad, un sábado por la tarde, me ha recordado que todos estamos globalizados. Aunque no vivimos en tiendas de campaña.
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