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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Todo es por nuestro bien

El ministro Francisco Álvarez Cascos pasó por Barcelona para explicar las excelencias de la privatización en general y de las autopistas en particular. Los empresarios catalanes quedaron encantados con los elogios que el ministro de Fomento dedicó a los pioneros catalanes de la privatización de las carreteras, modelo que, según explicó, el Gobierno de Aznar piensa exportar a toda España. ¿Quién dijo, pues, que hay crisis de ideas en Cataluña? Señores, vino a decir el ministro -aún envuelto en el deslumbrador halo del congreso del Partido Popular-, la tradición vanguardista de Cataluña continúa viva: los que protestan por tener que pagar peaje en las autopistas son unos antiguos, unos carcas.

Los jóvenes lobos populares sonreían complacidos: 'qué hábil es el ministro'. Esos jóvenes centristas de inequívoco look /Agag -simpáticos, preparados, autosuficientes, flexibles, con futuro garantizado y con la visión global de los patriotas constitucionales- invaden ya la Barcelona de la Cumbre. Qué bonito, madre mía, el calificativo; y cómo halaga nuestro suspicaz corazón periférico que tanta gente tan importante que echa humo por sí misma -ministros y jefes de gobierno de 15 países comunitarios- visite dos grandes hoteles de la ciudad el 20 de marzo. Los jóvenes lobos preparan todo eso sin descuidar garantizar la seguridad de tanto humo de primera calidad o rentabilizar el efecto Cumbre en votos contantes y sonantes. Que esa es, en suma, su misión. Por eso sonríen.

'Sorprende', dijo Álvarez Cascos, 'que cuando Madrid empieza a utilizar el modelo de financiación privada para las infraestructuras viales implantado 30 años antes en Cataluña, una parte de la sociedad catalana intente anular la ventaja adquirida queriendo endosar a los presupuestos públicos lo que el capital privado había hecho posible'. Pues ¡claro! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? ¡Si esto se hace por el bien común, por la democracia y por ayudar al Estado! ¡Qué ético y bello es pagar por usar!

El éxtasis recorría la sala y los jóvenes lobos se ponían un 10 a sí mismos: ¡privatización, palabra mágica! ¡Futuro! Aznar defenderá ese mismo futuro en la Cumbre de Barcelona porque aún hay gobiernos, como el francés, que se resisten a entender que lo mejor para los ciudadanos es que la electricidad -como las autopistas- sea un negocio privado. Ardua tarea, si pensamos que ¡el Gobierno de Tony Blair! se plantea hoy renacionalizar los trenes que Thatcher privatizó con el horrible resultado que explica Ken Loach en su interesante película La cuadrilla, recién estrenada. Así que Aznar y los jóvenes lobos tienen un complicado reto modernizador por delante: los europeos son duros de pelar.

Pero como ellos están entusiasmados con la idea, que creen modernísima, de privatizarlo todo por nuestro bien les daré un par de útiles citas históricas que hacen que lo de Álvarez Cascos resulte poco ambicioso. El economista norteamericano Murray Rothbard, discípulo del gran Von Hayek y asesor del ex presidente Reagan, proponía en 1989 privatizar las calles: 'Unas sociedades privadas propietarias de las calles harían pagar por su acceso y tendrían interés en garantizar su buen funcionamiento y seguridad'. ¡Calles de peaje! ¿No es fabuloso? ¿Y qué decir de lo que anticipó John D. Rockefeller I para justificar los monopolios?: 'Un trust es una institución filantrópica, creada gracias a la benevolente absorción de los competidores para salvarles de la ruina, combinada con la conservación de los seres humanos y la ingeniosa utilización de los recursos naturales en beneficio de la gente'. ¡Eso son argumentos convincentes! ¡Y de lo más antiguo! Lo malo de tanta modernidad mesetaria es que olvidan que aquí, cuando ellos van, nosotros ya volvemos. Y 30 años de peajes son muchos años. Demasiados, aunque sean por nuestro bien.

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