_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La presidencia española de la UE

El hecho de que las presidencias de la Unión Europea tengan una duración semestral es algo que está, desde hace tiempo, siendo puesto en cuestión. Tal vez tuviera sentido en el momento fundacional, en el que sólo había seis estados miembros y las presidencias de cada país eran frecuentes, pero en la actualidad nadie en su sano juicio se atreve a mantener que un periodo tan corto de tiempo sea suficiente para llevar a cabo en realidad proyecto alguno. Resulta evidente que si se mantiene el sistema es, en buena medida, por lo difícil que resulta que un cambio sea aceptado si implica la pérdida de protagonismo de los respectivos gobiernos.

Porque la realidad es que los gobiernos siempre enfocan la presidencia con grandilocuencia y unas buenas dosis de lectura política nacional. Cuando en 1989 España asumió por primera vez la presidencia europea, un malvado Jordi Pujol rebajó la ínfulas propagandísticas cuando recordó que esa presidencia también la desempeñaba cada seis años un pequeño país como Luxemburgo. Y si no le faltaba razón, quizás en aquella ocasión su razón fuera menor porque se trataba de la primera ocasión en la que nuestro país desempeñaba tal presidencia. Pero a partir de ahí, conviene relativizar la importancia de cualquier presidencia, cuyo éxito no se debe tanto a las grandilocuentes manifestaciones de objetivos como a la consecución de resultados tal vez más pedestres.

En primer lugar, y aunque parezca un objetivo burocrático, el éxito de una presidencia debe medirse por el número de normas -directivas y reglamentos- que se aprueben, y aún ello es relativo porque depende del trabajo que hayan realizado los países que han desempeñado las anteriores presidencias. Pero ése es un objetivo de primera magnitud, porque la elaboración de esas normas hace posible la profundización del proceso de construcción europea, y además, porque conseguir el acuerdo de voluntades entre 15 países con tradiciones y regulaciones diferentes, y además en ocasiones también del Parlamento Europeo, es una tarea casi diabólica y quien lo consigue demuestra tener capacidad de negociación.

También el éxito se mide por el contenido de las declaraciones del Consejo que pone fin a la presidencia, aunque también es cierto que después de lanzar grandes objetivos ningún país se queda atrás y consigue aprobar declaraciones, que si bien de un contenido menos trascendente suponen una indicación hacia tareas sucesivas.

El 15 de enero el presidente Aznar expuso ante el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo el programa de la presidencia española, que ya obraba en diferentes documentos, mereciendo en general el voto de confianza que se acostumbra a otorgar al inicio de todas las presidencias, pero que adoleció, como acertadamente señaló la ex comisaria europea y actual diputada radical italiana en el Parlamento Europeo, Enma Bonino, de falta de ambición.

Porque al fin y al cabo Aznar es quien es y no le va a cambiar el hecho de desempeñar la presidencia europea. Hace algunos años cuando nuestro presidente comenzó a practicar el esquí nórdico en Baqueira le preguntaron a un monitor cómo esquiaba Aznar, a lo que respondió: 'Igual que gobierna, rígido y mal'. Pues algo así cabría decir de la forma de enfocar la presidencia europea: lo ha hecho tal y como gobierna en España, es decir como una operación de marketing, de tonos propagandísticos, de forma oportunista, y poniendo el acento en cosas que están alejadas de sus intenciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Tal vez en este último punto, el aspecto más descarado sea la elección del lema elegido por la presidencia española: Más Europa. Cualquier conocedor del estado de la cuestión europea, sabe que propugnar más Europa significa profundizar en la construcción europea, o, lo que es lo mismo, caminar hacia una mayor integración política y hacia una mayor institucionalización. ¿Cómo es posible que tal cosa fuera propugnada por quien acaba de oponerse en el Congreso del PP a ni tan siquiera considerar las propuestas de federalismo europeo? Pero basta con adentrarse en los papeles para averiguar que 'más Europa' no significa lo que cualquier intérprete que no pasase de la portada pudiera creer, porque para el PP, más Europa sólo quiere significar dos cosas: mayor peso en las relaciones internacionales y 'el carácter esencialmente europeo de la sociedad española'. Esto es, una Europa de contenido limitado y carente de ambición.

No hay pues que extrañarse de que Aznar esquíe como gobierna y que lo haga igual en España y en Europa, aunque haya que reconocerle una cierta suerte -aunque sea por motivos trágicos- que le ha permitido convertir la lucha contra el terrorismo en el tema estrella de la presidencia española. De hecho, en su segunda intervención ante el Parlamento europeo, que fue buena -la primera resultó tediosa-, se dedicó a este tema. Es cierto que los españoles se habían destacado en el apoyo a las propuestas del comisario responsable en la materia, el portugués Antonio Vitorino, en favor de la lucha por encima de las fronteras contra el terrorismo y la delincuencia organizada, sobre las que habían empezado a aparecer reticencias que el impacto de los atentados del 11 de septiembre se han encargado de vencer, de modo y manera que el sacar adelante tales propuestas se han convertido en el tema estrella de nuestra presidencia, y posiblemente tendrá éxito. Así lo deseo, aún a sabiendas de que con la generosidad y grandeza de miras que le carateriza, Aznar se apuntará el éxito para sí solo.

Otra muestra de oportunismo político en las prioridades de la presidencia es incluir entre ellas el éxito de la implantación del euro. Ese éxito ha correspondido a un largo proceso -iniciado por cierto en otra presidencia española, la de Felipe González-, que se trata de acallar. Pero ahora cuando ya tenemos la moneda europea en nuestras manos, los problemas fundamentales son de orden logístico, y corresponde a los respectivos gobiernos -y al Banco Central Europeo o a los bancos centrales nacionales- adoptar las medidas para que la transición se haga de forma fluida. Pero apuntarse el éxito de los otros, sólo porque el euro circuló con el inicio de la presidencia española es una nueva manifestación de oportunismo político.

¿Y qué podríamos decir de la inclusión, como objetivo, de la coordinación de las políticas económicas de los estados miembros? Cuando lo leí, tuve que volver a hacerlo porque no me lo creía, ya que esa era unas de las propuestas electorales del Partido de los Socialistas Europeos en las elecciones de 1999, que por cierto fue objeto de crítica de antiliberalismo, keynesianismo, e incluso de ser una de las razones de la debilidad del euro frente al dólar por parte de los candidatos populares.

Y de colofón, una última consideración. Ayer tuve la ocasión de escuchar en TVE dentro del capítulo de los botafumeiros a Aznar que el primer éxito de su presidencia había sido conseguir que se admitiera al postfascista Fini como representante de Italia en la Convención encargada de preparar la conferencia intergubernamental de 2004. ¡Pues bien empezamos!

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_