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Artículo publicado en 'Deia' el 21 de diciembre de 2000
Columna
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El PNV de Arzalluz

Algún día, investigadores de distintas disciplinas, incluida la psicología clínica, podrán explicar cómo un partido de las características del PNV ha podido llegar a estar dominado e identificado ante los ciudadanos, con una persona, Xabier Arzalluz, y cómo el Arzalluz del Arriaga ha devenido en el Arzalluz de ahora.

Hoy el PNV es un partido con índices y niveles de participación interna y de debate y reflexión política muy bajos. La Asamblea Nacional acepta nuevos planteamientos básicos sobre temas esenciales, como por ejemplo el de la pacificación, sin otro trámite y conocimiento previo que el de la lectura del correspondiente documento en la propia Asamblea.

Se prohíbe y se evita cualquier atisbo de autocrítica porque, según Arzalluz, son siempre los demás los que se equivocan y los buenos afiliados deben de limitarse a remar, sin discutir ni el rumbo ni la maniobra. En las asambleas, el análisis que se traslada desde la dirección a la militancia insiste en describir un partido acosado y satanizado, sin el más mínimo motivo, por quienes no tienen alternativa ninguna para la paz y sólo pretenden acabar con el nacionalismo vasco, todo ello quizás con el propósito de ahogar de raíz cualquier discusión y provocar un 'cierre de filas' en torno a esa dirección.

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Arzalluz, y por tanto el partido, nunca cometen errores. El partido asiste impertérrito, al menos en apariencia, al espectáculo de un Presidente que no duda en saltarse a la torera las Ponencias y Programas aprobados por el Partido, con un discurso cada vez mas hosco, radical y fundamentalista.

El Partido está subyugado por una persona a la que parece no preocuparle la creciente fractura social y que no manifiesta la debida simpatía y comprensión por tanta gente como la que hoy en Euskadi carece de las más elementales y básicas libertades. Es capaz de decir que no pedirá la disolución de ETA mientras exista un solo preso, pero no de entender que la más mínima decencia política exige defender el actual marco estatutario y renunciar a plantear cualquier modificación mientras haya en Euskadi un solo ciudadano que no esté en condiciones de opinar libremente sobre esa propuesta sin poner en peligro su vida.

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Hoy el PNV es un partido cada vez más aislado internacionalmente, con crecientes dificultades para conectar con otros partidos nacionalistas, y que ya parece apostar sólo porque un milagro, o el fenómeno de polarización y los errores ajenos le permitan mantenerse, contra viento y marea, en Ajuria Enea, aunque ello sea a costa de la propia construcción nacional en paz y en libertad.

Muchas veces me pregunto y me preguntan por qué milito en el PNV y no devuelvo definitivamente el carnet. La explicación es muy simple. Yo creo que hay otro PNV que el actual de Arzalluz y que necesariamente tiene que volver a aflorar muy pronto.

Yo me afilié a un PNV con un proyecto político integrador, respetuoso con la pluralidad de la sociedad vasca, desarrollado por y para todos los ciudadanos desde el convencimiento, solidario con todos los demás pueblos y nacionalidades de España. Un PNV capaz de comprender que cualquier proyecto nacionalista pasa hoy por la previa y necesaria derrota de ETA.

Un PNV capaz de asumir sin reservas que, como partido mayoritario en Euskadi, es el más obligado en impedir que cada vez sean más y mayores los ámbitos y espacios ciudadanos en los que no hay una verdadera y suficiente libertad. Un PNV con la suficiente sensibilidad para percibir que en estos tiempos el problema de Euskadi, más que de falta de paz, es sobre todo y fundamentalmente un problema de falta de libertad.

Un PNV empeñado en recuperar para la libertad hasta el último rincón de nuestra tierra, con todo el poder democrático que tiene gracias al Estatuto de Autonomía y a la legitimidad de unas Instituciones en el seno de un Estado de Derecho.

Existe ese PNV que no es el del Arzalluz de hoy, como antes no lo fue de Arana, o de Gallastegui o de Monzón. Es ese PNV sin el que efectivamente será muy difícil, por no decir imposible, llegar a una solución razonable de los gravísimos problemas que en estos momentos padecemos, pero que de esta constatación extrae, no una jactancia gratuita y estéril, sino un especial compromiso y sentido de responsabilidad.

En estos días de Navidad, en los que las televisiones programan mucho cine, creo que ETB debería proyectar una estupenda película de los años cincuenta, El motín del Caine, que cuenta cómo y por qué unos oficiales de un buque de la Armada estadounidense se consideraron legitimados para relevar en plena tormenta a su capitán. Pienso que los espectadores pasarían un buen rato y, además, algunos podrían llegar a conclusiones muy interesantes y útiles.

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