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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una gran orquesta

Nada más empezar la risueña y encantadora suite de La zorrita astuta, el público percibió que se encontraba ante una de las más grandes orquestas de Europa. Resultaba deslumbrante la sonoridad de la cuerda, el esmalte de los metales, el ajuste de vientos y arpas en sus sugerentes acentos descriptivos y la gracia con que se tradujo esa 'destilación instrumental' de la ópera de Janácek. Los checos hacían honor a la trayectoria de una agrupación que ha pasado -entre otras- por las manos de Mahler, Kubelik y Neumann. Sin arredrarse ante esos referentes, su actual director, Vladimir Valek, fue tan parco en la gestualidad como eficaz en los resultados.

Eficaz incluso en la difícil labor de acompañar, en las Canciones de un camarada errante, a una voz tan plana y escasa como la de Florian Prey. El mimo y el esmero que puso la orquesta para no taparlo, la suave y progresiva luminosidad con que se describió el campo en el segundo de los lieder, el ritmo de marcha llevado hasta el límite de lo imperceptible (como hacían también Furtwängler y Fischer-Dieskau en Die zwei blauen Augen von meinem Schatz), la bellísima transición musical que anunció el reposo bajo el tilo... todo ello sirvió de poco ante el fraseo rígido del barítono, la escasa capacidad para iluminar el texto y los parcos límites de su registro.

Pocos cantantes jóvenes habrán tenido la suerte de verse acompañados por una orquesta tan exquisita y cuidadosa en su relación con la voz. Y tampoco muchos se habrán beneficiado, como éste, de tener en su propia casa una escuela inmejorable de canto: no hace demasiado tiempo -el año 1993- su padre, Hermann Prey, emocionaba a los socios de la Filarmónica en la misma sala que este lunes acogió al hijo. Por ahora, sin embargo, las oportunidades que se le han dado a Florian todavía no han fructificado.

Después de Mahler, la Filarmónica Checa continuó con una larguísima obra de Josef Suk (Sinfonía Asraël), a la que le sucedía lo que a muchas películas actuales: sobraba metraje. No faltaron en ella pasajes logrados, especialmente al principio de cada movimiento, pero el desarrollo posterior abundaba en episodios tremebundos y reiteraciones innecesarias, alternadas -eso sí- con bonitos hallazgos (por ejemplo, la utilización de las notas pedales en la flauta a lo largo del segundo movimiento). Sin embargo, esos hallazgos habrían convencido en mayor medida de haber sido más breves. En cualquier caso, la orquesta siguió sonando de maravilla: ni una sola cola, dinámica riquísima, fraseo flexible y empaste absoluto de todas las secciones: si hubiera que poner un ejemplo, podríamos escoger aquel fragmento del Andante inicial donde la cuerda grave pareció engendrar al metal, y éste, a su vez, a la madera.

Lástima que todas esas virtudes no se vertieran sobre una obra más estimulante.

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