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Columna
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Medea

Lo que hace definitivamente monstruoso el crimen de Santomera es la imposibilidad de su comprensión. Los periódicos y las emisoras han concedido grandes espacios a la asesina porque el espanto del estrangulamiento no ha decrecido con la vacilante hipótesis de la demencia. En la fría preparación de la coartada, en la compostura de la parricida durante el entierro, en sus declaraciones, no resultó notoria la alienación. Que fuera una loca es lo mejor que podríamos esperar porque todo lo demás nos conduce a un mundo que resucita una naturaleza espectral y nos devuelve a los sueños primitivos. Al mundo precisamente de los mitos donde Medea, despechada por su marido Jasón, súbitamente enamorado de la hija del rey Creonte, decide vengarse de la afrenta dando muerte a los dos hijos que había tenido con él.

La redactora de EL PAÍS Patricia Ortega, que ha estado cubriendo en Murcia la información de la tragedia, aludía a Medea en su crónica del martes pasado y exponía el paralelismo entre las repetidas ayudas que Paquita González había prestado a su marido para adquirir un camión y las magias que desplegaba continuamente Medea para satisfacer los intereses de su esposo. ¿Trataba Patricia Ortega de ofrecer un pequeño alivio explicativo al desconcierto popular? Un antecedente moderno de lo sucedido no ayudaría a rebajar el horror, pero un mito clásico calma las preguntas y desplaza el problema al subconsciente. Si Eurípides pudo concebir tamaña conducta en una mujer hace 2.400 años, algo de fundacional e imborrable ha de haber en esa venganza. Más aún: Nuria Espert, que ha representado varias veces la pieza griega, declaraba en el Festival Nacional de Mérida de 2000 que 'Medea es un personaje fascinante y cada vez más moderno. Al llegar la liberalización de la mujer, a Medea se la ve de otra manera. Supongo que en siglos pasados se la veía como una loca vengativa, un monstruo; ahora se la ve como una mujer ofendida, vejada, humillada, traicionada y que, desde luego, escoge una vía trágica'. Ciertamente no cabría pensar lo mismo dentro que fuera del teatro, por unas gentes y otras. Pero estos días, a propósito del suceso, ¿no se habrá integrado la realidad con la ficción?

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