Entomólogo del arte
Yanagi ha conseguido dar expresión al escepticismo humano. Hace dos años presentó en la Bienal del Whitney una gran bandera americana, Ant Farm, una versión de la obra de Jasper Johns que el museo americano posee en su colección, en donde colocó un batallón de hormigas dispuestas a penetrar en los misterios terrenales de la gran potencia mundial. Los insectos crearon galerías y túneles para hacer sus nidos y despensas, eran soldados empujados por la idea de la supervivencia que recibían un valor espiritual de un mundo de fantasías Disney, pero su promesa de alivio y refugio en los intestinos de una bandera, tan duros como cadenas, era también el canto de sirena de una triste e inaplazable fecha que sugería la división del diafragma del mundo en calles plagadas de sarcófagos abiertos.
YUKINORI YANAGI
'Euro Project'. Cotthem Gallery Doctor Dou, 15. Barcelona Hasta el 9 de marzo
A finales de los ochenta, este japonés (Fukuoka, 1959) se convirtió en entomólogo del arte, como lo fue Duchamp en su deseo de elevar la duda artística al nivel de los ácaros, cuando dejaba que el polvo interviniera libremente en algunos de sus ready-mades, más bien pocos, los que llevaban el auténtico sello de su 'indiferencia'. 'El gran artista del mañana', había vaticinado, 'será clandestino'.
Si Spiderman-Duchamp, con la ayuda de Calder y Breton, se atrevió a tejer una tela gigantesca que cubría todas las salas de la impresionante mansión Whitelaw Reid -en 1942 para la exposición First Papers of Surrealism (en alusión a la solicitud de ciudadanía norteamericana por parte de los inmigrantes)-, enredando un hilo de kilómetro y medio en lámparas de araña y repisas de chimenea que hacían prácticamente imposible ver algunas de las obras expuestas, Yanagi capturó una hormiga de la inexpugnable prisión de Alcatraz y se la llevó a su estudio en Nueva York -Wandering Position, 1996-, donde controló su actividad al colocarla sobre una gran pista de papel y seguir su paseo con un bolígrafo rojo. La hormiga no reconocía los límites -eran los barrotes de su nueva prisión- por lo que su actividad se concentraba más en el marco de metal. Aquel joven de la llamada generación 'otaku', la que encontró su vocabulario visual en los juegos 'famikon' de la selva artificial de los ordenadores personales, había hecho el viaje de vuelta de Nam June Paik: a mediados de los sesenta, el coreano auguraba que el tubo de rayos catódicos reemplazaría a la tela.
En la exposición de Cottem, Yanagi retoma la serie comenzada en 1990, The World Flag Ant Farm, 180 banderas hechas con arena coloreada y colocadas dentro de cajas de metacrilato, conectadas entre sí por unos tubos por donde circulan cientos de hormigas que mezclan las arenas hasta formar una sola bandera universal, y Euro Project, en la que los billetes de más valor de los 12 países que han adoptado el euro se han sometido también al afán trabajador de las obreras, formando surcos y meandros en las caras de reyes, reinas y literatos. Conmovedora resulta la pieza central de la sala, la bandera europea como un monumento en contra de nuestra voluntad, en cuyo centro las hormigas han horadado un nido donde están comenzando a depositar sus larvas, en un acto azaroso no menos expresivo que el salpicado eyaculatorio de pintura en los cuadros de Pollock.
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