Las paradojas de Occidente
Los debates de los últimos meses -el cambio de milenio y los sucesos del 11 de septiembre- han puesto de manifiesto, indirectamente, una paradoja que ya se intuía: pocas cosas son tan desconocidas para el hombre occidental como la cultura occidental. Frente a quienes ofrecen una visión única de Occidente, Barzun lo resume en 'una interminable secuencia de opuestos'. Por eso Occidente resulta un término polisémico, casi tanto como cultura.
Fuera del ámbito de los historiadores profesionales, no abundan los análisis de las unidades históricas largas. Y menos aún, redactados en forma de ensayo con buena prosa literaria. Ése es el atractivo primero de este impresionante volumen. Su medio milenio se corresponde con la era Moderna. Barzun la subdivide en tres periodos aproximados de 125 años, un ritmo que me parece -¿cómo decirlo?- más pitagórico que aritmético. Cuando Barzun declara que esta colosal recuperación le ha llevado 'toda la vida' no está exagerando. Se necesitan varias décadas para trazar este 'perfil ancho' en el que se incluye la evolución del arte, la ciencia, la religión, la filosofía y el pensamiento social. Que en ese periodo Occidente ha realizado aportaciones únicas a la humanidad es algo que casi nadie discute. Más llamativa se hace su definición de Occidente como la 'civilización mestiza por excelencia'. Precisamente esa línea le permite aventurar que las fuerzas centrífugas de Occidente -que han primado continuamente la disconformidad y la originalidad- están causando la desaparición de esta cultura (véanse, si no, movimientos como el nacionalismo, el individualismo...). Al tiempo, observa Barzun rebrotes periódicos del Primitivismo, en el que igualmente se engloban tendencias contradictorias, desde la proliferación de cultos religiosos al surgimiento de mil solidaridades laicas. En algún momento sugiere la noción -no sé si metafórica- de una larga guerra civil para describir las disidencias internas en Occidente.
DEL AMANECER A LA DECADENCIA
Jacques Barzun. Traducción de Jesús Cuéllar y Eva Rodríguez Taurus. Madrid, 2001 1.304 páginas. 29,75 euros
La amenidad de este ensayista
se basa en una transmisión narrativa de sus conocimientos: por algo asegura seguir 'siendo historiador'. No desdeña el azar, al que atribuye, por ejemplo, el surgimiento 'operístico' de la Iglesia anglicana. Fiel sobre todo a lo múltiple, esboza una docena de grandes líneas temáticas. Se complementan en cada parte por unas secciones transversales que abren caminos inesperados en el seguimiento de la literatura, el arte o la vida cotidiana-. Hechos que se mostraban dispares acaban siendo sólo distantes. La inteligencia tiende entre ellos sus cables, y al final se percibe la armonía, organizada en cuatro partes: la primera abarca 'De las Noventa y cinco tesis Lutero al 'Colegio invisible' de Boyle'. La segunda realiza este rico viaje: 'Del cenagal y las arenas de Versalles a la pista de tenis'. Se intercalan retratos extensos o breves de grandes figuras, sin miedo a las anécdotas. Merecen destacarse las citas que se ofrecen a modo de recuadros, y que aportan de manera directa esas dosis de singularidad que tanto le complacen. Por último, algunos análisis con detenimiento. Por ejemplo, del término hombre. Surge como una cuestión de método, porque Barzun se niega a someterse a la corrección política que impone el uso continuo de hombres/mujeres. Así nos cuenta el poder que según él han tenido las mujeres, y el protagonismo de los adolescentes en la historia de Occidente. Por último, una serie de calas geográficas sostienen este itinerario cronológico: 'La perspectiva desde Madrid en torno a 1540', 'desde Venecia, 1650', 'desde Londres, 1715', 'desde Weimar, 1790', 'desde París, 1830', 'desde Chicago, 1895'. El caleidoscopio de Occidente no deja de girar. Es lógico que la perspectiva larga se traduzca a términos espaciales. El que contempla cinco siglos de un golpe se ve obligado a tomar distancias, y casi ve la geografía de nuestro planeta desde el espacio exterior. Por eso, el historiador se expresa prácticamente como un astronauta: 'Europa es sólo la península que sobresale de la gran masa asiática'. Únicamente está precisando que prefiere el concepto de Occidente al de Europa.
Barzun maneja magistralmente la analogía. A veces podría parecer que está hablando de continuidades históricas, cuando en realidad se enfrenta a hechos distintos de culturas diferentes. Incluso dentro de eso que llamamos cultura occidental, cuya diversidad interna no es sólo 'temática', sino también cronológica. Ya sé que recordar las diferencias entre siglos es una obviedad, pero el lector de este tipo de libros -que muestran homogeneidad incluso en lo heterogéneo- debe estar avisado. Un ensayo de este tipo tiene que describir el pasado desde categorías del presente, y viceversa. Ambos procedimientos resultan fructíferos, cómo negarlo. Por ejemplo, los sentimientos contemporáneos de culpa colectiva (con respecto al Tercer Mundo o por la propia condición humana) o los sentimientos de culpa individual (la depresión) le parecen a Barzun equivalentes actuales de la angustia de Lutero por el pecado. Lo que hay que poner en cuarentena aquí es la noción misma de continuidad, al menos como precaución intelectual. Y conste que no niego la eficacia descriptiva de estos mecanismos reversibles: ¿no queda de algún modo implícito que la conmoción inmensa de la Reforma se debe a que Lutero era un depresivo? Tan sugerente como peligroso.
El libro abarca mucho. ¿Aprieta
poco? No. Pero en algunos detalles, muy pocos, incurre en inevitables fallos. Una muestra: la famosa máxima 'soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno' la atribuye erróneamente a Plauto, en vez de a Terencio. Confunde también la datación de los términos humanista y humanismo. Lo mismo vale para los traductores, cuya labor general es excelente, pero escriben una expresión incorrecta: 'Las Humanitas', debido probablemente al artículo inglés the y al final en -s del término latino.
La parada final de este ensayo es inquietante: 'De La gran ilusión a La civilización occidental tiene que desaparecer'. La Decadencia -protagonista del libro- significa aquí únicamente 'descenso', sin connotaciones negativas. Harold Bloom cree que después de Don Quijote toda gran novela tiene que ser cervantina. Parece también que después de La decadencia y caída todo historiador de Occidente se ve abocado a ser gibboniano. El pesimismo imperial es una fórmula estética para los romanos que seguimos siendo. La ironía traiciona a nuestros historiadores, concretamente a Barzun, que escribe: 'El aburrimiento y el cansancio son grandes fuerzas históricas'. Este gran libro de historia puede ayudar a reducir ese cansancio de siglos, y, desde luego, a liberarnos del aburrimiento. ¿Paradoja definitiva? Más que eso, el libro como tal, su existencia misma, denotan la confianza, que su autor implícitamente comparte, en que la única salvación del hombre occidental sigue siendo la cultura.
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