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VISTO / OÍDO
Columna
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La información

'La información te hará libre', leo en una página de publicidad. Yo también lo creí. Es una paráfrasis de un imperativo católico -'La verdad os hará libres'-, y me hizo mucho más libre dejar de creer no sólo en esa verdad, a todas luces inverosímil y además interesada, sino en cualquier verdad que no fuera instantánea y soluble. La duda, el 'hasta nueva orden', el libre examen, la sospecha, es lo que da valor a todo lo que se llame verdad: su punto de partida, su hipótesis de trabajo para poderla negar, su fulgor de un instante. No entro en el tema de la realidad, porque no tengo tiempo ahora de escribir un libro. La información es una parte trascendental de la verdad y de la realidad. Lo interesante de nuestro tiempo es que mientras asegura lo efímero de todo mantiene su permanencia y su valor. La información: se dice que ésta es la época de la información -aunque la derivación 'informática' sea ya algo sujeto a la velocidad- porque hay mucha y, en realidad, no hay ninguna. Quienes trabajamos con ella nos desesperamos al ver su abandono progresivo, sobre todo por parte de los jóvenes; si tuviéramos algo más de filósofos libres, que también hay alguno, nos satisfaría esta desconfianza: el rechazo de la información los hace libres. Lo que no sé es, como decía Lenin en una de sus frases más afortunadas y más despiezadas cruelmente, para qué la libertad. Se refería el maestro a que nadie puede ser libre mientras la sociedad difunda hambre, el trabajo sea esclavista, las relaciones humanas sean de dominio, la naturaleza no esté dominada, el pensamiento se desarrolle en el individuo. Lástima que aquella verdad tampoco lo fuera, y que todo le saliera mal: igual que antes.

La información: los que la trabajamos no nos salvamos de su crecimiento canceroso. Vemos, sabemos, que una gran parte de lo que se difunde es inexacto, se modifica según cada manipulación, se arregla, se cambia; que el idioma va dejando de servir, que la palabra presenta significados distintos y a veces opuestos. A veces, ni lo vemos: estamos metidos dentro de la información hasta el punto de creérnosla. Los cínicos de este trabajo, los que han abandonado toda esperanza que no sea la de su propia caja de ahorros o la coronación de laureles, son quizá más sabios. Pero los que me inspiran más cariño son los que creen en lo que afirman o publican; no saben que están anegados.

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