Los muros no han caído en Irlanda del Norte
Hace unos días, en Belfast, una joven católica telefoneó a su madre advirtiéndole de que un pistolero acababa de entrar en su colegio. Mientras lo hacía, varios enmascarados destrozaban los coches aparcados en esa escuela católica. La noche anterior, en el norte de la ciudad habían vuelto a producirse violentos enfrentamientos entre unionistas y nacionalistas. Las colegialas de la católica Holy Cross volvieron a acudir a clase con escolta policial. A su vez, alumnos de un colegio protestante cercano tuvieron que ser transportados en blindados de la policía a su paso por una calle católica.
Los recientes disturbios callejeros no constituyen un fenómeno aislado, sino el status quo en esta zona de la capital norirlandesa desde antes del verano de 2001. Aquí se perciben con nitidez los desafíos de un proceso de paz imperfecto, que ve cómo la segregación geográfica se ha incrementado. Los muros que separan en enclaves a las comunidades norirlandesas no han caído, sino que se han erigido nuevas divisiones físicas. En estos momentos, el 66% de la población vive en zonas en las que más del 90% de los habitantes son protestantes o católicos. La segregación en la educación es también notoria y sólo un 4% de escolares acude a escuelas integradas. Las muertes han disminuido, pero no han desaparecido. A lo largo de 2001 se han producido 19 asesinatos -compárense con los 15 atentados mortales del terrorismo de ETA en el mismo año-. Los paramilitares unionistas han sido responsables de la mayor parte de esos crímenes, habiendo cometido el IRA dos de ellos y otros dos el también republicano INLA.
En 2001 se incrementaron en un 25%, hasta un total de 331, las llamadas 'palizas de castigo', que incluyen disparos en codos y rodillas. Con tan salvaje método penalizan los paramilitares lo que definen como 'comportamientos antisociales'. A ello hay que sumar la intimidación sufrida por las 700 personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares en Irlanda del Norte tras ser amenazadas por organizaciones terroristas.
Entre el periodo comprendido entre la firma del Acuerdo de Belfast, en abril de 1998, y enero de 2002, un total de 81 personas han sido asesinadas por alguno de los grupos terroristas republicanos o unionistas. En este mes de enero dos personas han perdido la vida: un adolescente protestante al que le estalló un artefacto explosivo mientras ultimaba su preparación y un cartero católico de veinte años de edad asesinado por terroristas unionistas de la UDA. El Gobierno británico considera que este grupo ha dejado de respetar la tregua que decretara en 1994.
Junto a esta violencia, los constantes disturbios en las calles del norte de Belfast no son sólo el resultado de la indudable manipulación y provocación de los paramilitares, ansiosos por controlar los barrios en los que han prosperado. Son también la manifestación del profundo odio que existe entre dos comunidades que durante décadas han vivido separadas y enfrentadas con la ausencia de espacios de convivencia. El sectarismo está profundamente arraigado en la sociedad norirlandesa, como confirma otro suceso reciente.
Días atrás, en el bastión protestante de Shankill Road, en el oeste de Belfast, un grupo de trabajadores reparaba el tejado de unas oficinas. Entre los trabajadores se encontraba un católico que fue amenazado de muerte por jóvenes del grupo terrorista protestante LVF que se personaron en el lugar. La amenaza no se materializó porque miembros de otra organización terrorista protestante, la UVF, intercedieron tras aceptar que el trabajador amenazado 'desapareciera'. Una vida se salvó, pero el sectarismo había vencido: nadie fue capaz de garantizar la seguridad de ese trabajador en medio de esa suerte de 'territorio enemigo'. En el actual clima de enfrentamiento comunitario en el norte de Belfast ese católico se había convertido en el representante de la comunidad enemiga, por tanto, su presencia resultaba inadmisible.
La territorialidad y la gettoización se refuerzan con episodios como éste, a través de los cuales los paramilitares ejercen un control social vital para su supervivencia. El proceso de paz sigue sin deshacerse de tan peligrosa amenaza.
Rogelio Alonso es Research Fellow de la Universidad Queen's, de Belfast.
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