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Tribuna
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Gobernabilidad global

El segundo martes de septiembre último fue el día en el que el horror proscribió el zapping en el mundo occidental. Quizás, por primera vez en la historia, y de manera simultánea, afloraron los sentimientos de solidaridad y la indignación colectiva en los corazones de cientos de millones de ciudadanos que no daban crédito a lo que sucedía y en dónde sucedía.

Desde entonces, el FBI, la CIA y la ANS andan buscando a un innombrable y la Casa Blanca organiza un all together now que, de paso, democratiza a la mayoría de dictaduras del planeta. De pronto, se ha encendido la luz del cuarto oscuro del mundo y no entendemos lo que vemos. Demasiados sabores para los que siempre tomamos vainilla.

El terrorismo de este día, de esta hora, es el mismo terrorismo que existía en el mundo el segundo lunes de septiembre. Ni se ha creado súbitamente, ni se destruirá repentinamente, en todo caso se ha transformado. El dolor y la indignación no deben ser acumulados y redefinidos en función del número de víctimas, de la geografía o de la cobertura mediática.

Ciertamente de las desgracias deben derivarse corolarios y propósitos de enmienda. Si fuese cierto que estamos, como señalan algunos, ante un enemigo incoloro, inodoro e insípido, cualquier combate solvente pasaría por la solidez de unas instituciones internacionales que aportasen un cuerpo doctrinal encaminado a la acción en los campos de la preservación de los derechos humanos, de la promoción de la justicia y de la cohesión social, del fomento del desarrollo económico sostenible... Contrariamente, el gazpacho de siglas que configuran el orden mundial actual está caducado casi desde el momento en el que se iban añadiendo sus ingredientes a lo largo del último medio siglo.

Desde el plano político, la ONU ha sido demasiadas veces un notario que valida en retrospección decisiones unilaterales de los poderosos y, a menudo, morosos, desempolvando a la carta artículos de su tratado fundacional; por primera vez un fedatario político es laureado con el Nobel. Paralelamente, el G-8 descubre que la videoconferencia, las cimas de las cordilleras o los oasis de los desiertos son atalayas más seguras que Seattle o Génova para ordenar el mundo, y la OTAN no llega a corregir un estrabismo producido por su excesiva propensión a mirar a la parte occidental del Atlántico.

La perspectiva económica no es mejor. El FMI o el BM continúan prescribiendo dietas de 200 calorías a países económicamente anoréxicos con tal de que puedan continuar representando la farsa de atender el servicio de deudas imposibles. La OMC predica la liberalización del comercio mientras los precios de las materias primas se manipulan en el mercado de futuros de Chicago y la cotización del barril de brent la fijan políticamente desde las oficinas de la OPEP en Viena. La OCDE, en fin, todavía intenta definir rigurosamente el concepto de desarrollo para justificar su objeto fundacional y las pías contribuciones de sus cooperantes, al tiempo que busca al recaudador del 0,7% del PNB global.

La mano de la justicia está dormida. El Tribunal Penal Internacional no es aceptado plenamente por algunos de los que debieran dar más claro ejemplo de sometimiento al estado de derecho.

Ante esta situación, de relato deliberadamente incompleto y apresurado, los países que pueden se regionalizan buscando identidades culturales, históricas o simplemente intereses económicos (UE, NAFTA). Si no hay orden global, mejor simbiosis local. Muchos de los que quedan fuera de estos prósperos círculos de miopía global, se oligarquizan desde las coartadas del martirio, las amenazas del ejercito o la debilidad del ayuno.

Si nuestro enemigo es, en esta ocasión, esa informe multinacional del odio que es Al Qaeda, la respuesta debe ser reactiva desde el pasado otoño y preventiva durante el resto de otoños. Ambas respuestas pueden ir elaborándose simultáneamente, aprovechando la colosal capacidad de convocatoria que ha supuesto el llamamiento antiterrorista de los últimos meses.

Necesitamos simplificar la gobernación mundial. Menos instituciones (probablemente una política, otra económica y una tercera judicial), con decidido apoyo político y financiero de todos, especialmente de las dos docenas de gobiernos que representan al 80% de la riqueza mundial, capaces de acordar reglas básicas y operativas de observancia de la justicia social y de respeto a los principios de la dignidad humana.

Traficar bilateralmente por la amistad en momentos de necesidad, puede ser un analgésico para el dolor que sentimos hoy pero no garantizará la seguridad de mañana en ninguna parte del mundo. La legitimidad de las acciones políticas tiene su origen en la compartición y defensa de valores innegociables por ningún hombre o nación.

La movilización que está en marcha es demasiado valiosa para usar y tirar.

José Emilio Cervera es economista y fue eurodiputado por el CDS. jecervera@mixmail.com

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