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Columna
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Demasiadas interrogantes

El País

La exposición del BBVA, titulada Del Gótico a la Ilustración, que se puede ver en Bilbao (Plaza de San Nicolás, 4), está rodeada de demasiadas interrogantes. En el catálogo de la exposición se advierte repetidamente cómo muchas de las obras presentadas no corresponden a determinados autores, sino que deben atribuirse a otros artistas, según los casos; aunque tampoco se dan pruebas de esas atribuciones con plenas garantías. Para añadir un mayor grado de incertidumbre, el comisario de la muestra, Alfonso Pérez Sánchez, reclamó la atención, en la rueda de prensa, de los especialistas, para aclarar la autoría o el significado que rodean a algunas obras de la colección BBVA.

Ante ese cúmulo de interrogantes, más nos vale adentrarnos en lo que las obras nos dan de suyo, que perdernos en averiguar cuáles son los nombres de los autores auténticos o, en su defecto, el de los probables 'sustitutos', por así decirlo...

Curiosos los dos cuadros firmados por Goya. Observamos dos formas distintas de pintar del artista aragonés. Mientras el retrato de Carlos III -fechado en 1787- está realizado de manera suelta, muy expresiva, el otro retrato, el del bilbaíno Don Pantaleón Pérez de Nenín -fechado en 1808-, resulta un tanto académico, bastante efectista y relativamente dulzón, quiere decir poco goyesco.

Interesante la obra atribuida a Melchor de Hondecoeter, Aves de corral en el campo, pese al escaso interés del tema, el estudio de las luces destaca sobremanrea. El foco de luz que asoma por detrás del gallo,y va a parar sobre la gallina, no sólo tiene enorme poder de sugestión por lo que se ve, sino por lo que hay de cegadora y potente luz , y que misteriosamente permanece oculta.

Espléndida la tabla de Pieter Snayers (1592-11667), Fiesta de los Ballesteros ante la iglesia de Nuestra Señora de Sablon. Está logradísima la gradual articulación de espacios, del primer plano hasta la lejanía. Como resulta envolvente la sutileza de los colores grises-azules-verdes entre los personajes de la primera línea y los mismos colores del fondo. Todo un logro su manera de ubicar los cientos figuras de aparecientes en una obra de reducidas dimensiones. Si lo firma Bellotto diríamos que es genial.

Suntuosas, solemnes, las dos tablas atribuidas a Pedro Díaz de Oviedo. Santos y santas, ángeles y arcángeles, más un buen racimo de figuras menores, aparece todo ello bañado por purpurinas con relieves. Del mismo modo, el anónimo catalán de finales del siglo XV, San Martín, es una pieza de enorme belleza. Cantan los oros, entre la armonía de verticales y horizontales. Las dos figuras comportan una mística extática singular, y se ven acompañadas por un escueto y casi naïf caballo, trazado en un neutro gris cerca del blanco.

Hay muchas obras que no despiertan demasiados entusiasmos, aunque algunas otras sí son lo suficientemnte arrebatoras para despertarlo.

Lo más chocante lo encontramos en las obras que se muestran sumamente restauradas. En tanto en las armaduras, los brocados de los personajes y demás parafernalias vestimentales hay un minucioso cuidado por fijar con extrema nitidez cada fragmento de lo representado, existe un descuido imperdonable en lo que atañe a las manos, por ejemplo. Se diría que los restauradores han tomado el papel de la señora de la limpieza para sacar brillo a los dorados, olvidándose de aquello que es mucho más esencial, aquello que forma parte del cuerpo humano. Aquí entra en discusión el dilema constante en torno a las restauraciones. Hasta qué punto los restauradores se limitan a limpiar los cuadros, sin tener que añadir una sola pincelada por su parte. En una de las obras expuestas, Retrato de caballero, de Van Mierevelt, aparece un anillo en un dedo pulgar tan mal colocado que parece imposible sea así en el original. ¿Lo tocó el restaurador por su cuenta? ¿Quién sabe?

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