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Columna
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El Carme

El Museo de Bellas Artes de Valencia lleva una década y media metido en una costosa ampliación. Por lo visto, eso no es suficiente. Necesita también una 'extensión' dedicada al siglo XIX. ¿Acaso para confrontar el academicismo de Vicente López con el genio tremendo de Goya, o para comparar la brillantez efectiva de Sorolla con la modernidad introvertida de Ignacio Pinazo (operaciones, las dos, que se formalizaron hace unos años en exposiciones bastante didácticas)? Valencia carece de fondos de entidad suficiente de los tres primeros para justificar la creación de un museo del dicienueve desgajado del conjunto que convierte San Pío V en una de las pinacotecas históricas más importantes de España. Pinazo, por otra parte, cuenta con una honorable presencia en el IVAM. Los argumentos a favor del proyecto de Museo del Siglo XIX en el antiguo convento de El Carme, por tanto, salvo por la ansiedad inherente a la política de Consuelo Ciscar, subsecretaria de Promoción Cultural, son discutibles. Y resulta, desde luego, inadmisible que la iniciativa amortice sin más el Centre del Carme, que el IVAM mantiene en dos salas del complejo desde que abrió las puertas en 1989. Esas salas han acogido, de Per Kirkeby a Isamo Noguchi, pasando por José María Sicilia, Manuel Sáez, Miquel Barceló, Francesc Torres, Antoni Muntadas, Juan Muñoz, Carmen Calvo, Joan Cardells, Soledad Sevilla, Michael Craig, Richard Prince, Terry Winters, Ángel Mateo Charris o Luis Barragán, muchas muestras de talento innovador en ámbitos tan diversos como la pintura, la escultura, las instalaciones, la arquitectura, el diseño, la experimentación minimalista y conceptual o la videocreación. Recuerdo cómo en 1992 el prematuramente desaparecido Juan Muñoz aseguraba, mientras preparaba allí las inquietantes figuras de una exposición que lanzó definitivamente su carrera: 'El Carme es uno de los espacios más hermosos de Europa'. Dicen ahora que van a desmontar ese espacio y parece que no haya nada que alegar ante la amputación de un brazo del IVAM que el arte moderno añorará en el futuro. Será una herencia de la cultura inculta que impone su ley en nuestros días.

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