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Columna
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Pájaros o simios ante el espejo

Observo las reacciones que provoca la jubilación anticipada de algunos conspicuos alcaldes socialistas y la paralela -todavía increíble, pero ya no imposible- jubilación anticipada de Jordi Pujol. No es una jugada limpia, pero tampoco es propiamente sucia. Es legal, aunque ambigua. Le falta claridad. En las retransmisiones deportivas, los comentaristas informan al público de aquellos lances del juego que pasan desapercibidos al árbitro, y de la misma manera, varios observadores del juego político han insistido en la falta de limpieza de estos juegos sucesorios. El problema de los comentaristas (deportivos o no) es que, generalmente, enseñan el plumero: enfatizan los errores u omisiones arbitrales de los equipos que desprecian, pero pasan de puntillas sobre las jugadas que podrían desprestigiar al equipo de sus amores. No le demos más vueltas: es feo y, sobre todo, inútil ensañarse con las tretas del vecino si resulta que las propias son de análogo calibre. Es imposible negar la evidencia: los dos grandes contendientes de la vida política catalana están usando tretas parecidas para proteger y prolongar sus proyectos. Los alcaldes nombran pubilla o hereu un par de años antes de las elecciones y Pujol se marcha a cámara lenta mientras ante las cámaras, en planos muy lentos, comparece diariamente su delfín. El pecadillo parece venial o mortal según el color del cristal con que se mira.

La actualidad se confunde generalmente con este tipo de pleitos y, consiguientemente, la política permanece siempre instalada en terreno fangoso: el de las faltas tácticas, los penaltis de la corrupción, el juego sucio y las discusiones con el árbitro. Se trata de una deformación que nuestra democracia pagará muy cara. Vean lo que ha pasado en Italia. Situados todos en el fango: ¿sirve de algo glosar un resbalón? Ayuda a calentar, efectivamente, los cascos del forofo, pero no hay manera de combatir la frigidez de la gran mayoría de los políticamente desapegados. Al parecer, los enfrentamientos entre políticos, especialmente si son de tipo maniqueo, de blanco y negro, de buenos y malos, sirven para aumentar las audiencias. Hace ya muchos años que se produce esta paradoja: por una parte, la política aburre soberanamente al respetable; pero, por otra, los medios periodísticos fomentan espectáculos de confrontación política como si se tratara de un combate de boxeo. Existen confrontaciones dignas, que tienden a la dialéctica ideológica o al pedagógico contraste de pareceres. Pero se observa una tendencia cada vez mayor a primar el griterío, el choque de trenes, el sarcasmo, el malabarismo argumental, la baratija ideológica y el todo vale, incluso la mentira, el infundio o la especulación gratuita, para hundir al contrario.

Hundir, se trata de hundir, machacar, más que de proponer o convencer. En este contexto es imposible que aflore la complejidad de lo real. La realidad se convierte en caricatura. Y así, por ejemplo, pueden los nacionalistas catalanes aparecer como cavernícolas anclados a dioses arcaicos o a fantasías medievales mientras que en otros medios periodísticos les reflejarán como heroicos defensores de una especie en extinción. En determinados medios, los políticos de la llamada 'obediencia española' tienden a ser presentados como insaciables y tenebrosas reencarnaciones de un secular vampiro, mientras que los de 'obediencia catalana', incluso cuando yerran, como en la recurrente y triste historia de la peste porcina, aparecen como esforzados paladines de una patria desvalida. Y viceversa. No es extraño que, mientras algunos observamos con inquietud la aparición de signos de anemia en el tejido económico y cultural catalán, el maniqueísmo patriótico siga campando por sus fueros y levantando estúpidas, suicidas, trincheras en el fango.

Los políticos aparecen con harta frecuencia en su cruda y humanísima vulgaridad: sus gestos desvelan un feroz instinto de supervivencia, sus palabras vacías no consiguen ocultar el interés personal. No más ejemplares son, sin embargo, muchas operaciones periodísticas: sujetas a los índices de audiencia, a los intereses corporativos o empresariales, a las cuotas de mercado, a las concesiones del gobernante, a las exigencias publicitarias. Ha sido fatal para el periodismo político el largo temporal, específicamente madrileño, que acabó con el felipismo: un periodismo basado en las cloacas, apuntalado con delaciones y compraventa de información, escrito y hablado en el idioma de los jabalíes y rebozado con todo tipos de jugarretas, puñaladas, uso y abuso del sarcasmo. No hay marcha atrás cuando esa manera de hacer y pensar toma carta de naturaleza. Se convierte en una rémora. Enlaza directamente con los modos convencionales del periodismo deportivo, en los que, salvo reconocidas excepciones, el fanatismo y la falta de escrúpulos campan por sus fueros. Con gran naturalidad, en el mundo del futbol se critica, por ejemplo, la falta de 'instinto asesino' de aquellos equipos que no saben traducir su habilidad y buen juego en victorias. Le falta 'instinto asesino' a aquel jugador brillante que no sabe 'rematar'.

Desde la caída de Felipe González (versión exasperada, barroca, hispánica, de la caída de Nixon), también la eficacia política y periodística se identifica con la estocada y la destrucción. El 'instinto asesino' excita los ánimos de los forofos, sacia las expectativas sanguinarias del espectador y llena las alforjas de los medios. Una vez más, me remito a Leopardi, observador lúcido y desolado de la condición humana. Hablando de las curiosas reacciones de algunos animales situados ante un espejo que les devuelve la inquietante imagen de un ejemplar de su propia especie, escribe: 'Los pájaros domésticos, mansos por naturaleza y costumbre, se pegan al espejo presionándolo con estridencia, irritados, arcando las alas, con el pico abierto, percutiéndolo; y el simio, cuando puede, tira el espejo al suelo y lo tritura con los pies'.

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